jueves, 6 de noviembre de 2014

COCHES DEL MADRID ISABELINO



A finales del siglo XVIII Antonio Ponz admiraba la abundancia de coches de punto en Londres y París. No dudaba de la excelente acogida que tendría en Madrid la existencia de este transporte público que ahorraría grandes caminatas, incomodidades y penalidades de toda suerte a vecinos y transeúntes. A mediados del XIX había ya unos trescientos coches de uso público, de distintas características*. El viandante del Madrid isabelino los podía encontrar estacionados en la Puerta del Sol -desde la calle Carretas hasta la de Espoz y Mina- y en las plazas del Progreso, Santo Domingo, del Rey y de Isabel II. También en las calles de Alcalá y Fuencarral. En horario de espectáculos los coches de punto estaban situados en las inmediaciones de los teatros y en horas del paseo en las calles de Alcalá y Carrera de San Jerónimo, entradas del muy concurrido y mundano Salón del Prado. La carrera en un carruaje de un caballo, para una o dos personas, costaba cuatro reales durante el día, seis entre el anochecer y media noche y diez reales de las doce en adelante. Los coches también se podían alquilar por horas, de manera que durante el día la tarifa era, en los de hasta dos pasajeros, de ocho reales la primera hora y seis a partir de la segunda. Desde el anochecer al alba se encarecía el servicio hasta los 14 reales por hora. Los carruajes con dos caballos y cuatro asientos se acogían a los mismos criterios de tiempo y condiciones del servicio oscilando su tarifa entre los seis y los 16 reales. Estos vehículos no podían prestar sus servicios sin las oportunas licencias del corregidor de Madrid y estaban identificados con un número pintado en el testero y los faroles. En el interior debía estar expuesta, en lugar bien visible, la relación de precios y servicios así como los bandos vigentes que reglamentaban el transporte urbano. Para los más refinados o, sencillamente, para los que querían dar más empaque a sus desplazamientos había una amplia relación de coches de lujo, de uso también público, que se podían alquilar en distintos establecimientos de las calles Cedaceros, del Lobo, de los Trujillos, de los Negros y en la Plazuela del Rey. Había muchos tipos de carruajes: landós, tílburis, carretelas, berlinas, góndolas, calesas, omnibús y tartanas.

*Los datos en: Apéndice al manual de la Provincia de Madrid, noticia de los carruajes para el servicio interior de la capital, y tarifa de sus precios; trasportes para todas las carreras; entradas y salidas de diligencias, é itinerario de las mismas. Madrid, 1849

11 comentarios:

  1. La diferencia entre estos coches y los ingleses es que los últimos empezaron a circular por la izquierda para evitar que el cochero diera sin querer con el látigo a los viandantes. Muy prácticos y cuidadosos los británicos, sí señor.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Nos olvidamos de que estos medios de transporte eran tirados por animales de cuatro patas y, por lo tanto, la suciedad en las calles debía de ser de órdago y más si llovía o nevaba y se convertían en auténticos barrizales.
    Un saludo

    ResponderEliminar
  3. Seguro que aquellos que no podían poseer un coche propio acogerían éste transporte público con alegría. Ignoraba que en el interior de los coches estuviera expuesta la relación de precios, aunque pienso que habría resultado más práctico ponerla en el exterior sobre todo para aquellos que llegaban de provincias, los madrileños se sabrían las tarifas antes incluso de que se hubieran aprobado.

    Saludos

    ResponderEliminar
  4. Las calesas y coches de caballos empezaron a entrar en España en tiempos de Felipe III y IV, cuando se introdujeron leyes para contener el lujo de las mismas y que los nobles y Grandes no fuesen con mayores luces incluso que los de los Reyes. Gran aficionados fueron los Haro, Carpio, Medinaceli, Oñate...

    Un saludo

    ResponderEliminar
  5. Yo, que he dado algún paseo en landó creo conocer la sensación de pasear en uno de aquellos coches: el rítmico chocar de los cascos contra el suelo y la tranquilidad del paseo, cosas sobre las que por corrientes, apenas apreciarían los antiguos viajeros.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  6. Una interesante aportación, don Cayetano. Además, el coche de punto en la literatura inglesa es un elemento bastante frecuente.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  7. Es muy a tener en cuenta, para evocar o tratar de recordar la realidad de la calle en aquellos tiempos. Verdaderos boñigales. Imagine usted lo que sería en hora punta, a la salida de los teatros, por ejemplo.

    Mis saludos, doña Carmen.

    ResponderEliminar
  8. En el fondo se parece mucho al sistema seguido por los taxis: número, licencias, señales luminosas, tarifas según hora, suplementos, condiciones expuestas al público, distintos tipos de vehículos. El XIX está, al fin y al cabo, a la vuelta de la esquina.

    Saludos, doña Ambar,

    ResponderEliminar
  9. Es verdad. Y no olvidemos, Carolus Rex, al marqués de Toral, tan cercano a Olivares, que según parece fue el primero que tuvo en Madrid un coche con ventanillas de vidrio. Me permito una autocita: http://retablodelavidaantigua.blogspot.com.es/2013/01/sobre-coches-del-siglo-xvii.html

    Saludos,

    ResponderEliminar
  10. Es una acertada apreciación, señor de la Terraza.El gran reto del historiador es conocer con veracidad lo que los documentos o las cosas no pueden decirnos.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  11. Siempre que se habla de este tipo de transporte pienso en las penosas vidas que debieron llevar los pobres caballos...
    Saludos,

    ResponderEliminar