jueves, 7 de septiembre de 2017

EL QUE VIENE DE BUENOS ES BUENO


Leandro Fernández de Moratín pasó en Francia el verano de 1787. Fue su primer viaje a esa monarquía, como secretario de Cabarrús y bajo la protección de Godoy. París, poco antes de la Revolución, era un hervidero de ideas, de expectativas y de ánimos irritados. El 28 de agosto escribió a Jovellanos: “me parece que estaba aquello a punto de dar un estallido”. Más adelante, en su segundo viaje, verá con el horror propio de un hombre del Antiguo Régimen en qué paraba todo eso. Desde París, escribió una carta a su tía, doña Ana Fernández de Moratín que, por lo que deduzco, le había dado unos consejos para que no se dejara llevar por la disipación de París. Moratín la tranquilizó y describió la honorable y virtuosa compañía con la que contaba en su estancia: “esta ciudad, con todos los medios de corrupción que ofrece, no parece que altere en nada la austeridad de mis principios”. Recordaba también el ejemplo de su padre y “la honradez y el amable candor de mi abuelo”. Remataba su argumentación con la siguiente afirmación: “el que viene de buenos es bueno si no ha influido algún accidente funesto en su educación”. Lo que, en mi modesta opinión, suele ser verdad.
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*La carta en: Leandro Fernández de Moratín, Epistolario, edición de Ricardo López Barroso, sin fecha.