domingo, 13 de diciembre de 2015

EL ATENTADO DEL CAPITÁN CLAVIJO (II)

El capitán don Primitivo Clavijo Esbry, autor del atentado contra el marqués de Estella, nació en 1856 en Castellar de Santisteban, provincia de Jaén. Procedía de una honrada familia con vínculos castrenses. Era hijo del capitán don Antonio Clavijo y de doña Rafaela Esbry, hermano de un capitán de carabineros y sobrino del general Esbry. El joven Clavijo inició su carrera militar en el atribulado y convulso ambiente del Sexenio Revolucionario. España estaba soliviantada, convulsa de punta a punta, y no faltaban a los espíritus inquietos ocasiones de riesgos y proezas. En 1874 estaba en Madrid como cadete y en junio de 1875 combatía contra los carlistas en la Campaña del Norte. Participó en las acciones de Celadilla, Mercadillo y Valletrino, en la toma de Valmaseda y en la batalla de Treviño. Ascendió a capitán en 1877. Pasó a Cuba, donde tomó parte en la guerra que terminaría en Zanjón. Allí, en la Isla, permaneció varios años. Clavijo contaba con una notable hoja de servicios y con varias condecoraciones: Cruz al Mérito Militar de Primera Clase con distintivo rojo, medalla de Alfonso XII con los pasadores de Treviño, Oria y Elgueta, medalla de Cuba y una mención honorífica por su participación en la mencionada de Mercadillo. Su conducta en la guerra fue, fuera de toda duda, valerosa. 


Queda constancia de los rasgos físicos del capitán Clavijo. Era alto, lucía una barba rubia y poseía una gran fortaleza física de la que, según sus conocidos, hacía alarde en cuanto tenía ocasión y "se le comparaba con las personas ejercitadas en gimnasia"? Era, según una crónica, "muy conocido entre la gente alegre que concurre a los cafés y colmados a última hora". No le desagradaba el aguardiente y  vivía en una fonda de la calle de la Princesa, ubicada en el número 12 y en el mismo edificio que el Café del Buen Suceso. No pagaba a su patrona con la debida puntualidad.

Era enamoradizo y sus relaciones sentimentales, descontroladas y abundantes, fueron descritas con exageración malsana por parte de algunos periodistas. También había muchas dudas sobre su estado civil aunque parece ser que tenía tres hijos en Cuba. Los que le trataron decían que era hombre de bruscos cambios de humor, irritable y proclive a sufrir arrebatos violentísimos, irreflexivo y desmesurado en sus juicios y reacciones. También tenía gestos de cortesía, generosidad y cordialidad. No eran rasgos incompatibles. Con sus virtudes y defectos, parece evidente que padecía algún tipo de desequilibrio. También es posible que no fuese capaz de adaptarse a la vida rutinaria de una guarnición tras vivir entre los peligros propios de la guerra. Para perfilar su personalidad es conveniente recordar que, unos días antes del atentado, se batió en un duelo con don Teodoro Manfredi de la Cabrera, nombre de duelista donde los haya, por unas palabras que tuvo en el café de Fornos. Declaró de manera pública la intención de matarlo. No ocurrió tal desgracia, afortunadamente, aunque sí lo hirió en un brazo. Los periódicos no dieron cuenta del lance. Eran muchos los que se producían en aquellos años -entre militares, políticos y periodistas- y no todos constituían uns noticia de interés. En otra ocasión apuntó con un revolver a un camarero que le reclamó el abono de sus impagos. Tuvo que ser apaciguado por sus contertulios para que no cometiese un disparate.

El capitán Clavijo fue mejor militar en la guerra que en la paz. Su hoja de servicios no sólo cita hechos de armas y medallas sino también entre ocho y quince sumarios -según distintas fuentes- y algunos arrestos por distintas causas. En Cuba fue juzgado por un Tribunal de Honor por denunciar a un oficial, pasó una temporada en un hospital por presuntos desequilibrios mentales y veintisiete meses en prisión preventiva por otro asunto pendiente. En España, permaneció una temporada arrestado en el castillo de Gibralfaro por manipular unos autos seguidos por estafa contra un soldado, otros dos meses de arresto en Burgos y fue sometido a un consejo de guerra por injurias a la Reina Regente. 

Clavijo estaba convencido de ser objeto de la implacable persecución del marqués de Estella, don Fernando Primo de Rivera. En 1891 publicó un opúsculo titulado "No soy un loco" en el que denunciaba tal situación. Culpaba a Primo de Rivera, militar de indiscutible prestigio y hombre de probada integridad, de sus continuos traslados entre la Península y Cuba -pasando por Cangas de Onís, Tarancón, Linares, Guadix y Mondoñedo- y del impago de sus haberes. En todo esto, por si fuera poco, implicaba a una cocotte francesa amante llamada con el increíble y desasosegante nombre de madame Clemencia Poisson. Invocaba en el folleto mencionado, según un periódico  "la Justicia de Dios y se dice su instrumento y habla de un mandato superior que le impulsa a vengarse". Todo esto, vivido de manera obsesiva y morbosa, condujo a Clavijo al despacho del Marqués, entonces Capitán General de Madrid.