Don Agustín Rubín de Ceballos fue obispo de Jaén e inquisidor general. Murió el 11 de febrero de 1793. Al parecer,
la decapitación del Rey de Francia, a manos de los jacobinos, le produjo tal pesadumbre que enfermó y le costó la vida. Al menos eso dijo, en sus exequias, el canónigo magistral de la Catedral de Jaén, don Juan Julián de Titos:
Fatigado de mil cuidados, oprimido y consumido de las muchas y grandes aflicciones interiores, que le causaban las novedades de estos tiempos, siendo la que hizo más impresion en su Leal y Catolico corazon, el horrendo suceso, acaecido en Paris el 21 de Enero, no pudo resistir la fuerza del accidente.
No es raro, la gente antes se dejaba morir por malos ratos, melancolías y desengaños. Don Agustín intuía que, con la tragedia de Luis XVI, acababa el siglo XVIII y con éste el viejo orden monárquico, católico y estamental. Cuando se decapitaba a un rey, a un ungido, el mundo se tambaleaba. Aunque fuese el Rey de Francia. Lejos quedaban los esperanzados e ilustrados días del reinado de Carlos III.
Al conocerse en Jaén la muerte del Prelado, la gente se lamentaba por las calles. Malos tiempos, de guerras y sequía. Era tan caro el pan que los vecinos no podían comprarlo. Además, en aquellos días, se levantaban compañías de granaderos y cazadores destinadas a la raya de Francia, a la guerra contra los
nuevos hereges, contra la Convención.
El lectoral don Juan Julián de Titos, pronunció una oración fúnebre en las exequias del Obispo, una
augusta y lúgubre ceremonia . Tras dar cuenta de las virtudes del finado, relató la lucha de éste contra los revolucionarios, por medio de los poderes que le confería su condición de Inquisidor General. Sus palabras reflejan muy bien el ambiente, muy politizado ya, de la España de 1793. Jamás había existido, en el criterio del Lectoral, siglo más desgraciado para la religión católica ya que se habían rebelado
unos espíritus, semexantes enteramente a los que dibuxó el Apostol para los últimos y más peligrosos tiempos: hombres amadores de si mismos, codiciosos, arrogantes, soberbios, blasfemos, inobedientes a sus Padres, ingratos, llenos de maldad, sin amor, sin paz, acusadores, incontinentes, crueles, sin benignidad, traidores, proterbos, hinchados, amadores de sus delicias, mas que del mismo Dios, aparentando Piedad, pero sin executarla, y siempre aprendiendo, sin llegar jamás a la ciencia de la verdad .
Eran, además, libertinos
cuya basa fundamental es la independencia de toda Ley Divina, Eclesiastica y Civil, y cuyo sistema es desterrar del mundo toda Religión, la obediencia a sus Ministros, y la sujeción a todo Magistrado. Y todo
bajo los especiosos titulos de Libertad e Igualdad. Los consideraba peores que Lutero y Calvino pues, al fin y al cabo, éstos eran cristianos y los revolucionarios no. Con estas palabras, el Lectoral no se refería a los s
ans culottes, a la plebe que paseaba por las calles las cabezas ensartadas en picas, sino a los de más arriba, a los jacobinos y, por extensión, a los ilustrados más radicales, que con sus ideas o su resolución habían derribado el Antiguo Régimen en Francia.
Los malos libros, en opinión del Lectoral, eran
las mayores armas de los enemigos del orden tradicional,
el más mortifero veneno, en copas doradas. El inquisidor Rubín no cejó en combatir estos escritos:
ya prohibe unos, ya recoge otros, ya expurga estos, y ya reforma aquellos. También hizo, el orador, una encendida defensa del origen divino de la potestad de los monarcas -
que quien resiste a su poder, resiste a la disposicion de Dios, porque los Principes no son temibles para el que obra bien, sino para el que obra mal, y son Ministros de Dios, que le sirven en su gobierno- y del orden estamental pues no había otra igualdad que la de todos ante Dios.
Menguado favor hizo nuestro lectoral a la causa del Altar y del Trono. No es aventurado pensar que fue el primer introductor, aunque involuntario, de los principios revolucionarios en Jaén. Pronunció en público, en febrero de 1793 y en las naves de la Catedral nada menos, las palabras
Libertad e
Igualdad. Proclamaba también, en sus modestas posibilidades, el fundamento político y religioso que sostendrá a muchos de los que, años más tarde, tomarán las armas para luchar contra Napoleón.
Las citas en: Titos, Juan Julián de., Oración fúnebre que en las solemnes exequias celebradas por el Illmo. Cabildo de la Santa Iglesia Catedral de Jaén á la piadosa memoria de su difunto Prelado y singular Bienhecor el Illmo. y Excmo. Don Agustín Rubin de Zeballos, Obispo de Jaén, Inquisidor General, y Prelado Gran Cruz de la Real Distinguida Orden de Carlos Tercero, Imprenta de Don Pedro de Doblas, Jaén, 1793.