domingo, 17 de marzo de 2019

DESPERTAR EN VENTA DE CAMINO

Comenzaba la jornada entre ladridos de perros, juramentos de arrieros y descomedidos bostezos de mozos de mulas. Por fuerza tenía que ser ruidoso el despertar de la venta. La noche, mala o regular, en estancias pequeñas o destartaladas, a las que se accedía por escaleras imposibles, con postigos de mal encaje y cuarterones desencajados, horas de mal abrigo con mantas ruanas y piojos maleados por compañeros de cuarto. Poco que ver con las acogedoras posadas de algunos relatos de Dickens. Ya entrado el siglo XIX, la implantación de las diligencias obligó a cierta mejora en los servicios de ventas y demás hospedajes. No creo, la verdad, que se cambiase mucho. Volvamos a la mañana. En un manual de diligencias de 1831, se indica que el viajero de primera, por dos reales, podía desayunar, a elegir, chocolate, café o té -con sin leche- un vaso de leche con azúcar o, para los más castizos, un par de huevos con vino. Por un real más se podía añadir, para iniciar el día y aclarar la garganta, una copa de aguardiente a modo de trallazo. Se servía también un almuerzo-comida que, por ocho reales, constaba “al menos”, según el citado manual, de una sopa o un potaje, un plato de huevos con jamón, una menestra, un asado, una ensalada, un postre y una copa de aguardiente. El pan y vino, a discreción. Los precios, sin ser módicos, no estaban mal.

miércoles, 13 de marzo de 2019

LA ÉPICA SOLEDAD DEL JABALÍ


“La braveza o bravura del jabalí es proverbial y épica, pues que épica Homero nos lo describe destrozando los sembrados, asolándolos cuando irrumpe en ellos de las brañas de su guarida montesa y es también proverbial y también épica su singularidad, el hecho de que obre solo y solitario, señero.”

(Miguel de Unamuno, Definición del jabalí, en La enormidad de España. La imagen: BNE, CC.)