domingo, 14 de octubre de 2018

DE CAZA CON EL BARÓN DE CORTES

En 1876 el barón de Cortes publicó Recuerdos de caza: apuntes de cartera, bosquejos, descripciones, chascarrillos, peripecias, emociones, jactancias y consejos trasladados a la ligera, de la memoria al papel. En esta obra describió algunos episodios cinegéticos acaecidos durante los últimos años del reinado de Isabel II. Para el autor, unas jornadas de caza que estuviesen en gloria, con veinticinco o treinta cazadores, necesitaban los siguientes efectivos: entre treinta y cuarenta “escopetas negras” o cazadores de oficio, otros tantos ojeadores, suficientes perreros para las rehalas, leñadores para suministrar combustible a cocinas y lumbres, cocineros de estado con sus correspondientes pinches y galopines, rancheros para preparar las migas y cochifritos del personal subalterno, un hombre ducho en coser las mataduras de los perros, varios constructores de chozos, arrieros -encargados de suministrar cada día víveres frescos- mozos de cuadra para acémilas y caballerías y, por supuesto, no podían faltar “los pulidos, lustrosos y presumidos ayudas de cámara “ que acompañaban al señorío. Los cazadores, si no había mejor acomodo, dormían en tiendas de campaña. El Barón recordaba, en particular, una muy suntuosa, propiedad del marqués de Salamanca en la que podían desayunar, departir y almorzar hasta veinte cazadores con toda comodidad. Los chozos de factura antiquísima -de piedra, ramas y juncos- ubicados a cierta distancia, cobijaban a  la gente modesta, serreños y criados de escalera abajo. Cerca, las piezas abatidas colgaban de los árboles. Más cómodo, sin discusión, era ir de caza con alojamiento en buena casa de cal y canto,  pabellón o palacio. Prim organizó memorables monterías en su castillo de Retuerta de Bullaque. Estaba situado en la dehesa de El Cerrón, de 13.000 hectáreas,  comprada durante las desamortizaciones por la familia de su mujer, según Mariano Calvo y María Luz González. El viaje, desde Madrid a la finca, costaba tres días de camino. El Barón describe en su libro una de estas cacerías, celebrada tras la campaña de África. El General encargó a un pintor que reprodujese, sobre algunos lienzos, distintos momentos de aquella cacería y pidió a Milans del Bosch que escribiese una crónica sobre lo acaecido durante esos días de campo y caza. A la vuelta de los ojeos, recordaba el barón de Cortes, los cazadores disfrutaban de unas estupendas veladas para conversar, comentar aventuras y hasta, es muy posible, planear futuras operaciones políticas. Las cenas tenían lugar en un comedor “inmenso y cómodo” con una mesa “capaz de cuarenta cubiertos”, alumbrada con más de doscientas bujías. Después, decía, “nos íbamos a tomar el café y a fumar a la clásica cocina manchega, cuyo hogar estaba en el centro de una sala circular, rodeada de anchísimos y confortables divanes”. Eran tiempos de ostentación, riesgo y prosperidad en la España isabelina. Contaba el pabellón de caza, según los citados Calvo y González, con una bodega que albergaba más de trescientas botellas de vino, en su mayoría francés, que Prim mandó vender en 1866 para financiar sus actividades conspirativas. En las jornadas citadas por Cortes participaron O´Donnell, Ros de Olano, Milans del Bosch, el marqués de Campo Sagrado, Madoz y Carriquiri, entre otros. A lo largo de los años el castillo de Prim alojó asimismo a Castelar, Cánovas, Ruiz Zorrilla, Pavía, Sagasta y Romero Robledo. Una buena parte de la elite militar y política de su tiempo. Un detalle marcial: en ocasiones, el general Prim tocaba la corneta y su hijo el tambor para despertar, al rayar el día, a sus huéspedes.
_________________________
*Este artículo, escrito por el autor de este cuaderno, fue publicado en otro medio, ya desaparecido, hace unos cuatro años.



1 comentario:

  1. Lugar propicio para conspirar, organizar golpes de estado y revoluciones. La caza era lo de menos; lo de más establecer relaciones y limar asperezas contraídas desde los escaños del Congreso.
    Un saludo

    ResponderEliminar