domingo, 16 de abril de 2017

GESTOS, SEÑALES Y MALOS RATOS (1673)

Cada época tiene sus códigos. En el siglo XVII, a pesar de las visitas a escribanos y los papeles formales, ciertos gestos y señales tenían todavía un gran valor y obligaban más que una escritura. Mencionaré un ejemplo de los muchos que se pueden encontrar en los archivos. En 1673, Pedro de Campos, un apesadumbrado vecino de Torredelcampo, de la jurisdicción de Jaén, tenía ciertas diferencias con Diego Pancorbo "en raçon de haverle faltado de su cortixo once marranos". No dice más al respecto. La punta de ganado en cuestión no era poca cosa, tenía su valor en el mercado y podía, bien elaborados y administrados sus productos, aportar un año de abundancia y alegría a varias familias de cristianos viejos. El mal rato del ganadero tuvo que ser antológico y al enterarse de la ausencia de los cochinos denunció lo ocurrido ante la Justicia. Pasados los días, algo más apaciguado y seguramente convencido por amigos y parientes, Campos reconsideró su decisión y decidió perdonar a Pancorbo. Tenía su mérito lo de resignarse a la pérdida, quizás definitiva, de once marranos como once soles. Los imaginaría errantes por las eras y los caminos o ya, a buen recaudo, en corrales ajenos. No creo que se tratase de un robo pues en ese caso no era fácil hacer efectivo el perdón de la parte ofendida. Otra cosa eran las muertes, las injurias, los descalabros y los delitos contra la moral. Una estocada seca se resolvía con más facilidad y humana comprensión por parte de corregidores, alcaldes y oidores que un robo. Así eran las cosas. Con todo, Pedro de Campos suplicó "a la Justicia no proceda contra el susodicho en dicha raçon y juro por Dios Nuestro Señor y una señal de la Cruz que hiço con su mano derecha". No debemos tomar a la ligera lo anterior. A la declaración verbal del perdón se unía la señal de la cruz para que los testigos pudieran no sólo oír su juramento sino también verlo. En caso de duda ahí estaban ellos para resolverla. Pocos sabían leer y escribir pero de memoria estaban todos muy bien abastecidos. Con este gesto solemne quedaba cerrada la querella para siempre.

1 comentario:

  1. Imagino a Pancorbo como un siervo leal al que un despiste hizo perder a los once marranos de su señor Pedro de Campos. Visto que el pobre hombre no había tenido culpa alguna, más allá de su lapsus, le perdonó sin resquemor.
    Un saludo

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