viernes, 10 de febrero de 2017

DE PERROS Y DE CAZA (1864)


En el libro de don Pedro de Morales Prieto, Las monterías en Sierra Morena a mediados del siglo XIX, (Madrid, 1902), del que ya nos hemos ocupado en una ocasión, se da cuenta de los perros que tomaron parte en unas jornadas de caza que tuvieron lugar en el otoño de 1864.  Se describen también algunos rasgos de las realas de aquellos tiempos y de las obligaciones de los podenqueros. El autor considera al podenco, de manera indiscutible, "el perro predilecto para la caza de reses en Sierra Morena". Afirma que era habitual su crianza cruzándolos con mastines, alanos y "buldoks".  Recuerda al general Serrano, duque de la Torre, cuando llevó a Arjona una collera de podencos finos de las Baleares llamados Hachón y Mola "que dejaron en las monterías [...] más allá de su justa fama y fueron la base de la excelente raza que aún se conserva en el pueblo, aunque muy cruzada". El autor refiere el caso de don Diego Manuel de Alférez, un mayorazgo de Arjona  que "pasó su vida a caballo y cazando en Sierra Morena". Era poseedor de una reala de dieciséis podencos que estaban a cargo de un podenquero Barrerilla.

Los nombres de estos perros isabelinos merecen recordarse y no carecen de gracia: Hidalgo, Curiosa, Artillero, Verdugo, Cuchaliche, La Coqueta, Tabique -perrillo de mucho mérito- Levita, Chaleco, Elefante, Batidora, Falucho, Terrible, Valcabero, Paje, Fandango y Pilatos. La política y los acontecimientos internacionales también inspiraban otros nombres como Gambetta, Garibaldi y dos de una collera se llamaban, respectivamente, Unión y Liberal. El cuidado de los perros merece asimismo la atención de don Pedro de Morales Prieto. Cada mañana los podenqueros recibían un hato de pan para sus perros. Éstos eran convocados a la voz de "pan, pan". Una vez sentado el podenquero, en el suelo o en una piedra, navaja en mano, cortaba las raciones proporcionadas para cada perro a los que "llama por su nombre, le echa la ración de pan, que siempre es cogida en el aire". Hay perros que enterraban el pan pues, en algunos casos, ya habían comido despojos de reses o aprovechado los descuidos del cocinero o del hatero. Otros tenían la costumbre de no comérselo de una vez y el podenquero se veían obligado a administrárselo. Había perros especializados en desenterrar el pan ajeno con las consiguientes y lógicas disputas entre saqueadores y propietarios. Los podenqueros debían estar atentos en estos casos e intervenir para evitar males mayores. Un dato que me parece de interés etnográfico: los perros de los cortijos comían pellas de harina de cebada y los de las casas una libra de pan de trigo y centeno.

La caza mayor era una actividad arriesgada para los perros. En el relato se recuerda -junto al gran pesar de sus amos- la muerte de Liberal, Falucho, Terrible, Paje y Fandango al ser acometidos por un jabalí que defendía, con toda legitimidad, su vida. Quedaron diecisiete bajas en el lance y muy malheridos Pilatos, La Coqueta, Garibaldi y Levita. Escribe el autor: "los podenqueros cosían las heridas de los perros lesionados y correspondían con halagos a los lastimeros aullidos que proferían y que partían el alma".

La descripción de la vuelta es de romancero: "los perros iban rendidos y mientras estuvo parada la expedición se mantuvieron echados en el suelo como si fuesen objetos inanimados. Parecía que en las jaras se habían dejado las energías y desde que pisaron la campiña y comprendieron que se había terminado la campaña, se acordonaron las colleras detrás de sus respectivos podenqueros, y marchaban silenciosamente, unos cojeando, los más aspeados, y todos deseando terminar pronto la jornada". Los perros heridos hicieron el camino de regreso andando, a ratos, y a lomos de caballerías.

4 comentarios:

  1. Seguro que esta entrada le hubiera encantado a ese gustoso y amante de la caza como era Miguel Delibes.
    Un saludo

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    1. Y yo me habría considerado muy honrado por eso.

      Saludos, doña Carmen.

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  2. Esta entrada me ha recordado un fenomenal tratado de montería, del conde de Yebes, veinte años de caza mayor, que leí ha ya muchos años, y un no menos magnífico prólogo de Ortega y Gasset.
    Un saludo.

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    1. El libro de Yebes no lo he leído, sí el prólogo de Ortega, editado con su ensayo sobre los toros. Recuerdo que decía el filósofo que el conde se dormía en los actos sociales.
      Muchas gracias, amigo DLT.

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