sábado, 10 de diciembre de 2016

CAPUCHINOS CARLISTAS (1834)

Entre las conspiraciones giennenses, ya sean reales o atribuidas, a favor de Don Carlos debemos reseñar la fraguada, según la prensa liberal, en el convento de Capuchinos. Los frailes de esta orden tenían cierta solera en la militancia absolutista. Declarados partidarios del Trono y del Altar, eran continuadores de la labor proselitista del beato fray Diego José de Cádiz que estuvo en Jaén, en los tiempos de la guerra contra los revolucionarios franceses. Los capuchinos de Jaén también tomaron partido, por Dios y la Monarquía, en la Guerra de la Independencia. En los combates en los combates habidos en Jaén, durante los días 1, 2 y 3 de julio de 1808, un lego capuchino llamado Pedro de Alhendín mató, con certera y serena puntería, a siete soldados franceses. Otro fraile de la misma orden, Juan Bautista de Cádiz, con su apasionada oratoria y con la cruz en la mano, convocaba a los vecinos a que, como buenos católicos y buenos españoles, resistiesen y tomasen las armas contra Napoleón.

 Ya en los días previos a la muerte de Fernando VII y en los primeros días de la Regencia defendían la causa de Don Carlos. Su entusiasmo por lo que llamaban los realistas el partido del Altísimo lo manifestaban en púlpitos y por las calles, en las que -según decían sus enemigos- pedían "la sangre y la muerte contra el partido liberal". Quizás fueran exageraciones pero parece evidente que su casa era, como decía un períodico, "el foco de las reuniones carlinas". Su ubicación, extramuros de la ciudad, permitía además un discreto trasiego de entradas y salidas, además de una fácil vía de escape en caso de necesidad. Los ánimos estaban, además, muy soliviantados por los efectos de la epidemia de cólera que se padecía en muchas partes de España atribuida por lo más inculto y encanallado del paisanaje, supersticiosamente, a la acción de los frailes, como bien señala don Antonio Pirala.

Las denuncias de las probables maquinaciones de los capuchinos hicieron que el comandante de la Provincia, don Pedro Ramírez, muy temido por la facción realista, comenzase a indagar. El diez de septiembre de 1834 mandó a los Urbanos al convento para que procediesen a su registro y a la detención de los sospechosos.  Los capuchinos fueron acusados de urdir, entre las tropas acantonadas en Jaén, un pronunciamiento "con dinero y con esperanza de ascensos". Para apoyar a los sublevados, se liberaría a 1.500 presidiarios que, dentro de una brigada, estaban trabajando en las inmediaciones.
Éstos, encuadrados en partidas, se apoderarían de los fondos públicos y particulares al tiempo que despacharían a los miembros de la milicia liberal, los mencionados Urbanos. Lo que hubiese de fantasía o de realidad en tales planes es algo que queda por demostrar. Para los liberales, el mérito del comandante Ramírez quedaba fuera de toda duda al impedir "tan inicuas maquinaciones" y "habernos salvado de los horrores con que nos amenazaba la facción sanguinaria". Ramírez apresó y envió, además, a Granada "a varios carlistas", entre los que se encontraba un exgobernador civil de Jaén, llamado Jareño, y el comandante del Resguardo de la Real Hacienda, Zabater, al que capturaron en Montoro. Quince capuchinos fueron apresados y puestos a disposición de la Justicia militar. Se les acusó de " seducción a la tropa y conspiración contra los legítimos derechos de nuestra inocente Reina Doña Isabel II". Siguió la causa el fiscal don Miguel María de Aguayo, bajo la jurisdicción del Capitán General de Andalucía y del auditor de Guerra. La prensa denunció que el proceso se seguía con excesiva lentitud con perjuicio de los inocentes y en beneficio de "los malvados para contenerlos en sus proyectos sanguinarios". En diciembre de 1834 ya habían sido sentenciados. Durante el juicio, los procesados mostraron una gran gallardía e increparon a sus acusadores. Cuatro frailes fueron desterrados a Filipinas. La prensa liberal decía: "para los Reverendos [Padres] lo mismo es vivir en Filipinas que en Jaén, pues esta gente no tiene patria ni relaciones sociales que los liguen". Otro más fue condenado a garrote, aunque se consiguió fugar. Los liberales cerraron el convento y el resto de la comunidad abandonó la ciudad.
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*El Eco del Comercio, 27-12-1834 y 23-3-1835,
Diario Balear, 2-6-1834, 21-10-1834 y 13-1-1835.
Boletín de Jaén, 9-1-1834.
La Revista Española: 17-1-1834, 17-9-1834 y 26-9-1834
Las referencias a los capuchinos durante la Guerra de la Independencia en Jaén, en López Pérez, M., y Lara Martín-Portugués, I., Jaén entre la guerra y la paz. (1808-1814), Jaen 1993.

8 comentarios:

  1. No fueron los capuchinos la única orden religiosa que se vería perseguida, muchos frailes serían asesinados en Madrid y en otros lugares como consecuencia del anticlericalismo que imperaría en España durante los primeros años de la regencia de María Cristina.
    Un artículo muy interesante D. Ángel.
    Saludos

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    1. El sentimiento de hostilidad, en el caso de Jaén que refiero es evidente. Nunca sabremos si había un fondo real en esas acusaciones.
      Saludos, doña Ambar.

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  2. Mientras los revolucionarios franceses conspiraban contra la monarquía desde un convento franciscano, lo que les valió el calificativo de "cordeliers", por el cordón del hábito de los monjes, aquí teníamos los "capuchinos carlistas", muy "made in spain".
    Un saludo.

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    1. Tampoco faltarían frailes entre los vandeanos.

      Saludos, don Cayetano.

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  3. Fuera verdad o no la participación de los monjes capuchinos en los hechos de 1834 no debemos dejar de lado que su convento a extramuros podía servir muy bien en lugar de acogimiento de carlistones, por qué no. Tampoco debemos obviar que muchos religiosos seculares y regulares conformaban las filas liberales.
    Un saludo

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    1. El lugar era muy apropiado. Y con un corto viaje, desde allí, se accedía a montes y barrancos inexpugnables, aptos para ocultarse.

      Saludos, doña Carmen,

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  4. Pues dice usted que la fantasía o realidad de los planes quedó por demostrar, pero no cabe duda de que en ese convento había frailes aguerridos con buena puntería. No hay más que ver a Pedro de Alhendín.
    Un saludo.

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    1. Tuvo que ser un fraile de grandes hazañas.

      Saludos Señor de la Terraza.

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