domingo, 1 de mayo de 2016

VIAJAR EN COCHE NO ERA PARA JOVELLANOS

Jovellanos tenía a veces un carácter un tanto descontestadizo. Veamos su opinión sobre los viajes en coche de caballos. No les podía negar ciertas ventajas: "es ciertamente una cosa muy regalada", decía, pero "no muy a propósito para conocer un país". La causa: "la celeridad de las marchas ofrecen a la vista una sucesión demasiado rápida". Además, "el horizonte que se descubre es muy ceñido, muy indeterminado, variado de momento en momento y nunca bien expuesto a la observación analítica". C.S Lewis, otro gran conservador, coincidirá, en cierta medida, con las apreciaciones de Jovellanos cuando, en Surprised by Joy (1955)afirmó que uno de los efectos más deplorables de los transportes modernos es que acababan con las distancias -"uno de los dones más preciados que hemos recibido"- y que un joven de su tiempo viajaba cientos de kilómetros con una sensación de liberación menor que la que experimentaban sus abuelos en un viaje de quince. Lo de la excesiva velocidad de los carruajes del siglo XVIII no deja de parecernos ingenuo en esta acelerada época en la que se tiene por alarde, y cosa de mucho mérito, el cubrir grandes distancias en poco tiempo. En 1831, décadas después de los viajes de nuestro ilustrado, una góndola con quince plazas salía de Madrid los jueves a las dos de la madrugada y llegaba a Cádiz, si todo iba bien, el lunes a las cuatro de la tarde. Tiempo para estudiar paisaje y paisanaje no faltaba. Claro que no era posible parar por los caminos para buscar minerales, cumplimentar a mayorazgos de pueblo, departir con párrocos y escribanos leídos, copiar lápidas romanas, dictaminar sobre la crianza del ganado mular o copiar legajos muy viejos que era lo que le gustaba a los ilustrados. Otra carga, sufrida por Jovellanos, era la de la compañía no elegida: el fastidio de soportar "la conversación de cuatro personas embastanadas en un forlón, y jamás bien unidas en la idea de observar, ni en el modo ni en el objeto de la observación". Mucho debió de padecer con este inconveniente. No hay que ser irremediablemente insociable para llegar a la más desolada autocompasión ante la mala fortuna de caer bajo la jurisdicción de un compañero de viaje parlanchín, impertinente, infatigable, tenaz y carente de cualquier sentido de la discreción. Y padecer tal flagelo no durante unas horas sino durantes jornadas completas. Quien lo probó lo sabe. Dejemos a un lado el ahondar en el fastidio del gran ilustrado al que nos permitimos imaginar, no sin sincera compasión, rechazando, educado e irritado, el ofrecimiento de cigarros, fiambres, dulces de membrillo, petacas de aguardiente y otras golosinas habituales en las meriendas de camino. Otra objeción más, nuestro Jovellanos detestaba de los viajes en coche: "el ruido fastidioso de las campanillas y el continuo clamoreo de mayorales y zagales con su bandolera, su capitana y su tordilla son otras tantas distracciones que disipan el ánimo y no le permiten aplicar su atención a los objetos que se presentan". Aquí hablaba el ilustrado en su versión más elitista, alejado del casticismo que tan grato era a tantos aristócratas de su tiempo. Nunca se dijo de él que fuese un hombre aficionado a lo popular.
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(Carta primera a don Antonio Ponz, en Jovellanos, Memoria del Castillo de Bellever -Discursos-Cartas, ed. Ángel del Río, Clásicos Castellanos, Espasa, 1969)

4 comentarios:

  1. Todo depende de la función que le queramos dar al viaje. Si es llegar pronto y con comodidad a los sitios, la velocidad deja de ser un inconveniente para convertirse en una ventaja. Si, por el contrario, el viaje se realiza para conocer los sitios por donde se pasa y a ello le sumamos lo incómodo que resultaba hacer un trayecto en aquellos coches de caballo, resulta comprensible la queja de Jovellanos.
    Un saludo.

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  2. No sé qué pensaría Jovellanos de nuestros trenes de alta velocidad, pero seguro que él no montaría en ellos porque el viaje se haría demasiado corto y no hay tiempo de contemplar el paisaje por la ventanilla en todo su esplendor. ¡Una lata, vamos!
    Un saludo

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  3. Es curioso que nos resulte casi irrisorio leer que la celeridad de la marcha en un coche de caballos impide la contemplación del paisaje. En este mundo de prisas en el que vivimos hoy se nos esta olvidando observar los paisajes, analizarlos, admirarlos y también impregnarnos de su perfume. Supongo que forma parte del precio que debemos pagar por tener, como dice Jovellanos, una vida más regalada.
    Saludos D. Ángel

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  4. La opinión de los viajes que tendría hoy Jovellanos no sería muy distinta, si en el AVE le hubiera tocado sufrir a un vecino pesado con móvil durante tres horas ininterrumpidas de soliloquio. Su famoso cuadro acodado en el escritorio sería una recreación de la postura que le quedó tras la experiencia.

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