domingo, 10 de enero de 2016

GABRIEL Y GALÁN SALE AL CAMPO




Si José María Gabriel y Galán hubiese nacido en Inglaterra, en vez de cantar dehesas y besanas, habría escrito sobre tejones, molinos antiguos y rododendros. Allí tendrían en mucho su obra y no faltaría en antologías y manuales; aquí se le ha pagado -en el mejor de los casos- con el olvido cuando no con la mofa de mandarines y mamarrachos cuyo bagaje no pasa de cuatro libros mal leídos o peor pergeñados. Siempre me inspiró respeto y simpatía Gabriel y Galán por su probada condición de hombre generoso, por su arraigo con el mundo del que da fe en su obra.

Escribió sobre el campo como pocos, y bien que lo conocía pues no era un esteta ni un snob disfrazado de campesino, ni un naturista de esos que, por aquellos años, iban en cueros por los montes, sino un maestro rural, hijo de hacendados, casado con una mujer de familia de labradores, además de cazador y razonable jinete. Al contraer matrimonio con Desideria García Gascón, en 1898, dejó su plaza de maestro en Piedrahita para vivir en Guijo de Granadilla. Allí residió, hasta su temprana muerte, en la casa de los tíos de Desideria, también hacendados, propietarios de El Tejar y otras fincas que Gabriel y Galán regentaba*.

En una carta, escrita a su amigo Mariano de Santiago Cividanes**, fechada el 14 de febrero de 1899, describía sus obligaciones. Se levantaba a las siete de la mañana, desayunaba junto a la lumbre y después salía al campo. No le arredraba el mal tiempo y sólo cuando era rematadamente malo se quedaba en casa. Una vez en faena, decía:

"un día hay que ir a ver las vacas comer bien en donde están; al otro hay que salir forastero; al otro a señalar árboles para que corten ramo a las reses; al otro, a ver si las aguas crecidas hicieron daño en un prado; al otro, a caza; al otro, a ver si parió una cerda; después, a cambiar de sitio para las vacas, a ver lo que descuajó un jornalero, a llevar algo de lo que se está necesitando en El Tejar, a traer las jacas del prado, a señalar un chotillo recién nacido, etc., etc." 

Estas labores, si bien "no le sujetan a uno a esa tiranía del reloj", obligaban a padecer fríos y penalidades como "cuando en un camino le sorprende a uno la lluvia y el caballo y el jinete cargan con el agua que quiere mandar la nube [...] y las mañanas de enero para el que las pasa caminando sobre la helada con un frío que corta el pelo". No era nada poético "que un cerdo te dé un hocicazo y te llene del brevaje que come los pantalones, o una jaca te eche al suelo, o una tapia quiera aplastarte al saltarla, o el lodo te lleve los pies de humedad", pero a Gabriel y Galán le gustaban estas labores y lo imaginamos sobre el caballo, con capote pardo o verdoso y sombrero, bien firme y oteando los pastizales. Mejor el honrado vino de la bota que la absenta, más vale cabalgada entre encinares que la murmuración de café. 

Al final de la jornada, cenaba junto a la lumbre -grande y generosa- leía los periódicos, participaba en la tertulia familiar y un jugaba un par de partidas de cartas -tute y brisca- con un criado de confianza. No frecuentaba el casino, consecuencia -quizás- de un carácter reservado o de algún resabio regeneracionista pues, no en vano, era hijo de su tiempo. A las once se retiraba a dormir. 
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* En este artículo de J.M. Moreno Barrado se mencionan datos al respecto y material gráfico de interés sobre el autor.

**Epistolario de Gabriel y Galán, Ed. Mariano de Santiago Cividanes, Madrid, 1918.