martes, 10 de noviembre de 2015

LA COFRADÍA DE ÁNIMAS DEL PURGATORIO EN VILCHES DURANTE EL SIGLO XVIII(I)


La devoción a las Ánimas del Purgatorio fue una de las más populares y extendidas en la España de los siglos XVI al XIX. La Iglesia Católica considera que los que mueren, sin estar absolutamente limpios de pecado, deben pasar por un estado previo de expiación y purificación antes de ir al Cielo. La estancia en el Purgatorio, al menos en aquellos siglos, era cuantificable temporalmente y podía reducirse mediante indulgencias y méritos ganados en vida o, también, por las oraciones y buenas acciones que los vivos dedicaban a las almas en pena. No era propio de buenos cristianos olvidar los padecimientos de los que habían muerto y tenían todavía que saldar antiguas deudas. Con tal fin se constituyeron cofradías dedicadas a las Ánimas Benditas.

En Vilches, un pueblo del norte de la provincia de Jaén, cercano a Sierra Morena, esta devoción estaba muy extendida. La cercanía a la comunidad carmelita de La Peñuela y la presencia de beatas adscritas a dicha orden pudieron influir en su difusión. En la relación del prior de la parroquia de Santiago, don Francisco de Torres, de 1594, no se menciona la existencia de cofradía de Ánimas alguna en Vilches. Creo, sin embargo, que debió de fundarse por esos años o a inicios del siglo XVII. La primera referencia que conozco de ésta es de noviembre de 1609 y está relacionada con el reconocimiento de una deuda contraída por Miguel de Cazorla y Luisa de Linares. 

La cofradía mantuvo cierta actividad durante el siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIII. No fueron malos tiempos para ésta. En 1662 existía una capilla dedicada a las Ánimas en la Iglesia Parroquial de San Miguel. En ese año, con motivo de una visita pastoral, ordenada por el Obispo de Jaén, se mandó poner en dicha capilla una puerta con su reja. Ésta debía estar coronada "con algunas calaveras y güesos y una cruz en medio y se pida a el arzobispo nuestro señor se conceda las indulgencias que pueda a los que reçaren o dieren limosna para las benditas ánimas del Purgatorio".  

No es aventurado pensar que la cofradía de Ánimas vivió desde mediados del siglo XVIII una notoria decadencia. El primero de enero de 1779 el prior de la parroquia de San Miguel Arcángel, don Antonio Pérez Cano de la Vega, presentó al obispo de Jaén unos estatutos renovados que pretendían reformar la cofradía. Fueron aprobados el cinco de junio de dicho año, al tiempo que se nombraba como hermano mayor al citado prior.  Los nuevos estatutos recogen diversas medidas y prevenciones que apuntan hacia los verdaderos motivos de la severa crisis vivida en la vieja cofradía de Ánimas. Pretendían, ante todo, evitar la existencia de rivalidades internas, la negligencia de los cofrades en el cumplimiento de sus obligaciones y la mala administración de sus bienes. Conformaban una cofradía cerrada y controlada por el prior de San Miguel. Estaría formada por cuarenta cofrades "sin que por ningún título se pueda mudar, ni alterar el referido número". El acceso a una plaza de cofrade tenía un carácter casi hereditario. Los cofrades, a su muerte, llegarían su puesto a sus hijos mayores pasando este privilegio a los hermanos menores, por orden de edad, en caso de renuncia del primogénito, ausencia continuada o incompatibilidad por "alguna tacha que lo haga indigno de ser admitido a esta cofradía". No se indicaba la naturaleza de estas tachas lo que daba a los cofrades, y en particular al Hermano Mayor, una amplias facultades para rechazar a quien considerasen oportuno. En ningún punto de los estatutos se mencionan exigencias de limpieza de sangre o incompatibilidades derivadas del ejercicio de oficios mecánicos. La limitación del número de cofrades era un rasgo propio de hermandades nobiliarias - que evidentemente no era el caso de la que nos ocupa- o que pretendían agrupar a los notables locales, lo que posiblemente sí se buscaba en Vilches. 

En la relación de cofrades de 1779 aparecen varios miembros de la familias Herrera, Navarrete y Conejero, poseedoras de bienes raíces y oficios públicos. Pero no todo era vanidad, se buscaba también seleccionar a los aspirantes mediante la garantía de que "el pretendiente es zeloso, de buena conducta, y de genio pacífico, de suerte que no perturbe la paz y amor fraternal que debe resplandecer en los cofrades de esta cofradía". Estaban muy escarmentados y querían evitar querellas y rivalidades provocadas por facciones y camarillas. Cada solicitud de ingreso sería estudiada, se instruiría el correspondiente informe del aspirante y después los cofrades votarían para autorizar o no su admisión. No era necesaria, por lo que deduzco, unanimidad sino una mayoría simple de votos a favor del pretendiente. Al ingresar en la institución el nuevo cofrade debía pagar seis reales, una cantidad modesta.

La relación de hermanos en el momento de la refundación de la cofradía es la siguiente:

Bachiller don Antonio Pérez y Cano de la Vega, prior de la Parroquia de San Miguel Arcángel
Bachiller don Eufrasio García, cura de San Miguel Arcángel
Don Domingo Ramón de la Cárcel, presbítero de San Miguel Arcángel
Pedro Conejero 'El Mayor'
Juan Romero
José de Molina
Salvador de Ortega
Alonso Juan López
Miguel de Navarrete
José de Hervás
Antonio Fernández
Francisco Ruiz
Miguel Tito de la Herrera
Rodrigo Garrido
Antonio María Torre
Mateo López
Francisco Javier Martínez
Miguel Conejero
Pedro Fernández Chacón
Matías Fernández
Manuel Jurado
Jerónimo Salazar
Pedro de la Cruz
Jerónimo Ramal
Miguel de la Herrera Navarrete
Antonio de la Herrera y Moreno
José de la Peña
Francisco Conejero
Bartolomé Martínez
Antonio María de la Torre
Esteban de la Cruz Olivares
Bartolomé de Molina
Miguel López Peña
Pedro Serafín Ruiz
Francisco de los Santos Martínez
Martín de la Torre
Pedro Fernández
Francisco de la Herrera Navarrete
José Hervás de Torre
José Balboa Cortés
Bartolomé Jurado
Juan de la Herrera Conejero
Matías Moreno.
Gregorio Balboa

El gobierno de la cofradía estaba constituido por el Hermano Mayor, dos fiscales y un notario. Los nuevos estatutos concedían al primero unas amplias atribuciones que buscaban reforzar su autoridad para evitar los desbarajustes que, al parecer, se produjeron en la cofradía en décadas anteriores. Administraba los bienes de ésta y velaba por el cumplimiento de oficios mayores y menores, aniversarios, misas rezadas y otras obligaciones piadosas. Los fiscales ayudaban al Hermano Mayor en la cobranza de arriendos, censos y limosnas, además de citar, por orden de éste, a los cofrades para que asistiesen a oficios religiosos y entierros de hermanos o familiares de éstos. El notario debía recoger en el correspondiente libro los acuerdos tomados en los cabildos además de realizar labores de contaduría. Los fondos de la cofradía procedían, como era habitual, de mandas testamentarias y donaciones. Aparte de las limosnas en metálico o en especie -normalmente aceite- se financiaba por medio de censos y el arrendamiento de algunos inmuebles. El monto total del principal de los censos disfrutados por la institución ascendía a algo más de dos cuentos de maravedíes. El dinero se guardaba en un arca de tres llaves. Se prohibían, de manera explícita, los préstamos "ni aún con título de esperanza de algún hecho piadoso", entregar cera de la cofradía a particulares y "expender cosa alguna del caudal de las Ánimas en comidas, bebidas y agasajos". Estas prevenciones apuntan a las posibles causas de la decadencia de la hermandad en su etapa anterior. Se era cofrade para rezar por los muertos y no para participar en francachelas.