martes, 15 de septiembre de 2015

DEL MARQUÉS DE LOS VÉLEZ





Los tres Vélez fue el último libro escrito por Gregorio Marañón. Esta obra melancólica, solemne y, me atrevería a afirmar, desengañada estudia tres generaciones de la Casa de Vélez. Fueron estos Fajardo señores de mucho mando en el Reino de Murcia desde los años bajomedievales, cuando en España se mataban unos a otros sin faltar a la cortesía y había tragedias que espantarían al mismo Shakespeare.

En el libro, don Gregorio, que se sabía ya cercano a la tumba, trata con especial dedicación la personalidad de don Luis Fajardo, II marqués de los Vélez. Fue hijo de don Pedro Fajardo y de doña Mencía de la Cueva y Toledo, nieto, por tanto, de los duques de Alburquerque. No le faltaban antepasados esclarecidos, desde luego. Don Luis Fajardo, nacido hacia 1508 y hombre de guerra, sirvió a Carlos V y a Felipe II. En su juventud se jugó la vida, a cuerpo gentil, frente a los piratas berberiscos que, aún siendo gente de cuidado, le cogieron miedo pues lo conocían como "El diablo de la cabeza de hierro". Combatió a los turcos en Hungría en 1531, estuvo en la campaña de Provenza -en la que mataron a Garcilaso- en la expedición a Túnez y en la desgraciada empresa de Argel. Participó, por sentido del deber y con ánimo sombrío, en la desconocida y terrible guerra de los moriscos, junto a Don Juan de Austria y al marqués de Mondéjar, allí, entre despeñaderos de espanto.

Las descripciones de su persona y de su mundo nos trasladan a un siglo XVI que todavía tenían mucho de medievales. Nada hay de aristocracias declinantes ni de lánguidas reflexiones. El marqués había nacido para mandar y, si se terciaba, amedrentar. Según Cascales, "era terrible, por ser de naturaleza belicosa, membrudo y corpulento y de rostro feroz, que mirando ponía terror". Pérez de Hita se extiende más en su retrato: "pues es de saber que el marqués Don Luis era muy gentil hombre: tenía doce palmos de alto; era de recios y doblados miembros; tenía tres palmos de espalda y otros tres de pecho; fornido de brazos y piernas; tenía la pantorrilla gruesa". Sigue Pérez de Hita diciendo que calzaba trece puntos de pie, que era moreno, cetrino, de ojos grandes y rasgados, "lo blanco de ellos con unas vincas de sangre de espantable vista" y cuando miraba enojado "parecía que le salía fuego de los ojos". Lucía barba crecida y peinada, vestía traje de monte, de tela verde y parda, botas blancas y abiertas, abrochadas con cordones. Su porte era majestuoso, "entre mil hombres parecía que él era el señor, por razón de la gravedad de su persona y ahidalgado talle". En general, según el citado cronista, trataba bien a sus criados pero "por poca ocasión tenía un hombre preso veinte días, y allí preso le daba de comer" aunque después se le quitaba el enojo, le pesaban sus palabras y no dudaba en pedir perdón. Es evidente que no era aconsejable irritarlo. Nada tacaño, fue hombre dado a larguezas, gastador y devoto ya que oía dos misas diarias. Dice nuestro Pérez de Hita "que los capellanes no lo podían sufrir". Comía una vez al día aunque, para compensar, lo que cuatro hombres, sólo bebía vino aguado. Solía vivir de noche más que de día, "de noche era su negociar y así se iba a dormir cuando los otros se levantaban". 

Don Luis Fajardo fue un buen jinete -"parecía en la silla un peñasco firme cada vez que subía al caballo le hacía temblar y orinar"-  consumado tirador de escopeta y ballesta, gran justador y torneante; en los combates llevaba la lanza "atada a la muñeca del brazo con un grueso cordón de seda verde";  una lanza tan pesada que un criado la sostenía sobre su hombro no sin apuros. Él, en cambio, "la meneaba como si fuera un junco delgado." Todos los días salía al monte y si hacía mal tiempo, "que nevase o lloviese o hiciese grandes aires", pues mejor pues así curtía a su gente por las espesuras y barrancos. Mucho quería a sus caballos, perros "y aves de volatería" y mucho debieron de celebrarlo a él. Entre ladridos, juramentos y piafar de caballerías, salía de caza "todos los días del mundo".

11 comentarios:

  1. El bien que me ha hecho hoy esta entrada sólo es comparable al que hizo el resumen de "Hombres en armas" en Compostela. http://compostela.blogspot.com.es/2015/09/el-pobre-guy-crouchback.html. Gracias a ambos.

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    1. Me honra usted con sus palabras.
      Mis saludos, don Enrique.

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    2. Y el artículo de don Ángel Ruiz es magnífico, por supuesto.

      Mis saludos.

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  2. Lo que se dice un temible contrincante.
    Vamos, que mejor no tener pleito con semejante persona.
    Un saludo.

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    1. Y seguro que los tenía. No faltaban en ninguna casa aristocrática y, a veces se heredaban durante generaciones.

      Saludos, don Cayetano.

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  3. Un noble, como dices, aún de corte medieval, como de ese corte era aún también el césar Carlos V, es decir, señores que aún combatían en la batalla, pues la guerra hacía al noble. Poco a poco los Grandes (y el Rey) se harían sedentarios, vivirían en la Corte real o en sus Cortes señoriales y se ocuparían sólo de temas más administrativos (virreinatos, embajadas, etc) y sólo alguno, como por ejemplo, el Marqués de Caracena, bien entrado el XVII, seguirían en el campo de batalla. Uno de los descendientes de Luis de hecho, Fernando Joaquín Fajardo, VI Marqués de los Vélez, sería en tiempos de Carlos II, virrey de Cerdeña y de Nápoles y Presidente del Consejo de Indias.

    Un saludo.

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    1. Aquí en Jaén vivieron unos caballeros veinticuatro apellidados Fajardo que, sospecho, estaban entroncados con la Casa de los Vélez. Respecto a su apreciación sobre la evolución de la nobleza debo decirle que es totalmente precisa.

      Saludos.

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  4. La descripción es tan meticulosa que parece que le vemos en sus hechuras y en su manera diaria de comportarse, recia y no muy lejana a los hombres de guerra de aquel tiempo glorioso.
    Un saludo

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    1. El retrato del cronista es una maravilla, eran tipos de una pieza estos personajes.

      Saludos.

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  5. Pese al predominio de su aspecto físico temible debido a su enorme humanidad y su carácter duro, se aprecia un fondo de nobleza, el propio de las personas justas, que se arrepienten al reconocer sus errores.
    Un saludo.

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  6. Es verdad, señor de la Terraza. No parece que fuera ningún resentido nuestro marqués. No cuadraban esas bajezas con tipos de tanta categoría.

    Saludos.

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