domingo, 18 de mayo de 2014

LA EDAD Y LA GENTE DEL SIGLO XVI

 Lutero, Rabelais, Bartolomé de las Casas, san Ignacio de Loyola y santa Teresa de Jesús no recordaban con precisión su edad. No era un dato fácil conservar en la memoria ni de demasiada utilidad en la vida de una persona. A veces se conocía el año de nacimiento por su coincidencia con temporales, hambres, grandes nevadas, crecidas de ríos, plagas o epidemias. La gente recordaba, con más facilidad, el día por el santoral o por la celebración de alguna festividad grande de la Iglesia. La hora de la llegada a este valle de lágrimas era más fácil de fijar por el testimonio de la propia madre o de las personas que asistieron al parto o tuvieron noticia de éste. Pasados los sesenta años se perdía la cuenta. El teólogo Martín Pérez de Ayala, natural de Segura de la Sierra y que estuvo Trento, escribió en su autobiografía que no sabía muy bien si había nacido en 1503 o 1504 "porque en un año andaba mi madre dudosa, que no sabía determinarse". Aseguraba, sin embargo, que había sido a la hora de salir el sol "y estando en el tercer grado de Sagitario" por lo que fue "apasionado de la vista, piloso y afecto al campo, y á cosas árduas". Afirmaba, eso sí, haber nacido el día de san Martín. Santa Teresa de Ávila decía: "acuérdome que cuando murió mi madre, quedé yo de edad de doce años, poco menos". En realidad la Santa tenía catorce años. En su autobiografía, san Ignacio decía tener veintiséis años cuando, honrosamente herido en Pamplona en 1521, decidió abandonar las vanidades del mundo. Se equivocaba pues cuando le desjarretaron la pierna derecha, en dicha acción, contaba con unos treinta años ya que había nacido en 1491. Unos años más o menos no eran gran cosa. Si se ha servido a Carlos V, se ha fundado la Compañía de Jesús y se ha ganado uno la santidad, bien pueden tolerarse estas inexactitudes. La vivencia del tiempo ha cambiado a lo largo de los siglos. La gente antigua no podía tener la virtud de la puntualidad y le importaba bien poco la minucia de parecer de más edad. Lo de rendir culto a la juventud no iba con ellos - estaban muy lejos todavía los románticos- y todos, de alguna forma, se consideraban supervivientes. A los niños se les vestía como si fueran viejecillos y los jóvenes pretendían parecer mayores. Sin embargo, los relojes se imponían. Lentos pero implacables. La nueva medición del tiempo constituyó una revolución más decisiva que, por ejemplo, la caída del desgraciado Luis XVI de Francia. El absolutismo de los monarcas era una bagatela comparado con el poder de un reloj de sacristía.

18 comentarios:

  1. Medir el tiempo, el propio y el de todos, no se había convertido en tiempos antiguos en la obsesión en que se convirtió después. Se vivía a golpe de salida y puesta de sol, de inundaciones, sequías, guerras y otras desgracias. Había pues otras preocupaciones.
    Un saludo.

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  2. Así es. El tiempo comenzaba a darles que pensar, pero ellos no habrían concebido vivir teniendo en cuenta segundos y minutos.

    Saludos, don Cayetano.

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  3. Creo que es un mal para nuestra especie esta obsesión por el tiempo. Vivir sin contar las horas mejora la percepción del tiempo vivido. Claro que para eso hay que disponer de mucha libertad personal.

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  4. Es posible sólo ocasionalmente. Desprenderse del reloj, del móvil o de la conexión a internet es dar un paso hacia el mundo premoderno. El tiempo manda.

    Mis saludos, doña Amaltea.

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  5. El tiempo inexorable. Un placer volver a leerte, despues de lo menos tres meses he vuelto por el Crónicas.
    Un saludo.

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  6. Quizás en aquellos tiempos más que estar pendientes de cuanto llevaban vivido, interesaba más cómo vivir.
    Un saludo,

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  7. Tras el Concilio de Trento no había más que recurrir al archivo parroquial y listos (aunque algunos párrocos ya anotaban las partidas de bautismo mucho antes), pero... ¿para qué? Se vivía en medio de las calamidades y eso era suficiente.
    Un saludo

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  8. Y esclavos del tiempo seguimos... y de sus huellas.
    Un saludo, caballero!

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  9. Me alegro por el retorno de su blog sobre Torrelaguna. Paso dentro de un rato por allí.

    Un cordial saludo, don Eduardo.

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  10. A unas menores expectativas de vida y con la muerte a la vuelta de cada esquina, forzosamente tenían que concebir el paso del tiempo de otra forma. Quizás la clave no estaba en los años que se tenían sino en la etapa vital en la que se estaba y que cada uno era capaz de interiorizar.

    Mis saludos, señor DLT.

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  11. Y los relojes no dejan de recordarlo. Son artificios melancólicos y trágicos, sin duda.

    Mis saludos, señor de Dissortat.

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  12. Es cierto, doña Carmen, pero mejor era no tener que buscar papeles. Eso sonaba a pleitos, a litigios por hidalguías dudosas, a remover pasados que mejor era dejar tranquilos, en el olvido. Pero, desde luego y bien lo indica usted, los párrocos se encargaban de dar cuenta de bautizos, matrimonios y entierros con admirable rigor, dados los medios de la época.

    Mis saludos.

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  13. Ahora el tiempo nos ha puesto hierros y grilletes. Estos mismos comentarios que hacemos vienen ya marcados por la hora y los minutos. La pérdida de tiempo es la mayor de las irresponsabilidades, y no sin razón en parte, una vez que el mundo moderno se impone. Ni en el Paraíso Terrenal, ni en el Cielo ni en el Infierno existe el tiempo. La servidumbre respecto a éste es propia de la caída en el mundo y en la Historia.

    Reciba usted, doña Carmen, mis saludos.

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  14. En cierto modo no era de mucha utilidad la edad como lo es hoy en día que te la piden en la mayoría de los lugares, también era mas normal hacer la celebración el día de tu onomástica que el día de tu nacimiento contrariamente de lo que se utiliza en la mayoría de los países, es cierto que en las personas mayores siempre decían que ya no sabían que edad tenían.
    Saludos

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    1. Tiene usted razón. En cierta medida el cumpleaños desplaza al santoral a medida que el tiempo se seculariza. Sus apreciaciones son muy valiosas al respecto.

      Mis saludos doña Mari-Pi-R

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  15. Más apropiado era reflexionar sobre la medida existencial del tiempo y es en el Barroco cuando comienza esa preocupación filosófica por el discurrir del tiempo, pienso en Quevedo y sus sonetos.Verdaderamente una vida sin prisas,sin reloj y demás debía ser más grata para las gentes de siglos anteriores .Cordiales saludos.

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    1. Es también cuando se descubre que el tiempo tiene un valor económico, que está unido al descubrimiento del interés, al precio del dinero. Hoy, don Miguel Ángel, nadie puede vivir de espaldas al tiempo. Hasta los relojes nos resultan ya anticuados e inapropiados.

      Mis saludos.

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