domingo, 4 de mayo de 2014

FELIPE II, LOS ESPAÑOLES Y LA TAUROMAQUIA

En 1527, hubo toros en Valladolid para celebrar el nacimiento de Felipe II. El conde de las Navas, en El espectáculo más nacional, cita distintos festejos que contaron con la presencia del Rey como los celebrados en Toro (1551), Benavente (¿1553?), Sevilla (1570), Badajoz (1580), Lérida (1585), Valencia (1585), Valladolid (1592), Segovia (1592), Tordesillas (1592) y Burgos (1592). Consta en una relación citada por Navas que "...el  príncipe Phelipe la primera vez que entro en Toro" fue agasajado por el marqués de Alcañices con una corrida  de"ocho toros buenos y ubo buenas lanzadas". Fue el 19 de septiembre de 1551.

Es sabido, además, que Felipe II dio largas y demostró tener mano izquierda para no aplicar, con todo su rigor, las disposiciones papales que proscribían la tauromaquia. Escribiría a Roma para que tales prohibiciones no tuviesen efecto pues los españoles -que no tenían remedio- no podían pasar sin estos festejos. Sus fieles vasallos llevaban la tauromaquia en la sangre, no era prudente pedir imposibles y fulminar excomuniones por ir a los toros era un sin vivir. Habría sido lamentable, pensamos, un brote levantisco contra Roma, no por las indulgencias, el número de sacramentos o la justificación por la fe, sino por no poder ver correr los toros de la tierra el día de la Patrona o por el nacimiento de algún infante. Eso o el infierno en vida. Sacrificios de este pelaje no se podían pedir a los vencedores de Lepanto. Vistas las cosas, en 1596 Clemente VIII otorgó perdón general -excepto a frailes y mendicantes díscolos- con la advertencia de que se evitasen muertes y de que no se jugasen toros en día de fiesta lo que al final, evidentemente, no se cumplió. Los clérigos tampoco debieron de obedecer las disposiciones papales. Roma quedaba muy lejos y bastante tenía el Santo Padre con parar, templar y mandar a cardenales y nepotes.

Con tales antecedentes, Felipe II tenía, necesariamente, que saber de toros. Y los mencionaba en la correspondencia familiar.  El 17 de septiembre de 1582, estaba en Lisboa y esperaba la llegada de la Armada del marqués de Santa Cruz. Se preparaban festejos taurinos y luminarias para festejar el retorno de aquel rayo de la guerra y gran marino. Felipe II escribía, en tales circunstancias: "Si los toros que hay mañana, aquí delante, son tan buenos como la procesión, no habrá más que pedir". También daba cuenta de las ilusiones de Magdalena, criada de las infantas Isabel y Clara: "tiene un pedazo de un terradillo que sale a la plaza en su aposento y ha estado tan ocupada en componerle que no ha podido escribir [...] que dice que no puede acabar consigo de escribir en vísperas de toros; y está tan regocijada para ellos como si hubiesen de ser muy buenos y creo que serán muy ruines". Cualquier aficionado comprende, hoy a inicios del siglo XXI, el desasosiego de Magdalena y el agorero pronóstico del Rey que, además, fue acertado.

Citaremos, además, a  Baltasar Porreño que menciona un festejo celebrado en el terrero de Palacio. Al parecer las reses lidiadas fueron reservonas y dieron poco juego. Eran, conviene recordarlo, toros muy diferentes a los de estos tiempos además de ser la lidia completamente distinta a la actual. El probable aburrimiento del público se interrumpió al hundirse un tablado aparatosamente. Salió maltrecho un caballero muy entendido que allí estaba. Alzó la cabeza el Rey "con su gran severidad, y sin hacer mudanza"  y sentenció: "los toros son mansos, y los tablados bravos"**.


*Cartas de Felipe II a sus hijas, edición de Fernando Bouza, Madrid 1998, ** El suceso es referido por Baltasar Porreño en Dichos y hechos de el Señor Rey Don Phelipe Segundo, El Prudente, potentissimo y glorioso Monarca de las Españas, y de las Indias, 

4 comentarios:

  1. Ocurrente el rey en el comentario cuando se hundió la grada.
    Un saludo.

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  2. El rey, ante la norma papal de la prohibición de los toros. aplicó eso de que no se hizo el hombre para el sábado. Un saludo.

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    1. Es verdad. Creo que su decisión estuvo movida por el más puro realismo. Felipe II no era hombre dado a fantasías y Dios no pide imposibles.

      Mis saludos, don Jesus.

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