martes, 4 de febrero de 2014

MAESTROS ARCABUCEROS

En el siglo XVI llegaron a España, por orden de Carlos V, dos armeros alemanes. Fueron quizás los primeros en  fabricar cañones en Madrid. Uno se llamaba Simón Macuarte, conocido como Simón de Hoces, y el otro, su cuñado, Pedro Maese. Aquél firmaba sus obras con dos hoces, de ahí el apellido, y el segundo -para diferenciarse- en vez de dos, colocaba tres hoces como marca. Simón tuvo dos hijos que siguieron en el oficio: Felipe y Simón, éste sirvió como artífice a Felipe III. Marcaban, por su parte, arcabuces también con dos hoces, como su padre, pero poniendo el nombre al lado. Al parecer, Simón inventó la llave de patilla. Arcabuces, carabinas y escopetas, aunque de menos calidad que los de los reyes, se difundieron entre los españoles de aquellos tiempos. Algunas veces estaban tan mal aviados que reventaban los cañones con la consiguientes desgracias y quebrantos. Servían para la guerra y la caza. También para defenderse o resolver asuntos a mano airada. A veces, apostados detrás de las matas, algunos tiraban carabinazos a los guardas y recaudadores de millones. Los clérigos más aguerridos y menos ejemplares en la virtud de la mansedumbre iban bien provistos -cuando las circunstancias lo exigían- de carabinas ocultas en hábitos, sotanas y manteos. Era, tal costumbre, un quebradero de cabeza para los obispos más virtuosos. A finales del siglo XVIII había ya pocos armeros en la Villa y Corte. No faltaban verdaderos maestros, de fama indiscutible,como Diego Álvarez y Salvador Cenarro. Según Eugenio Larruga, ya en tiempos de Carlos III, las escopetas eran carísimas y no muy variadas en cuanto a su tipología. La falta de buenos armeros hacía que los cerrajeros se empleasen en este ramo aunque no con demasiada destreza.

10 comentarios:

  1. Eso de llevar las armas bajo la sotana me recuerda a esos miriñaques de Velázquez, también llamados "guardainfantes" o tontillos" por su capacidad para ocultar cosas a los ojos de los demás, incluidos los embarazos.
    Un cura con una escopeta escondida actúa con "sotanidad" y alevosía.
    Un saludo.

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    1. En el fondo las disposiciones de Esquilache trataban de justificar el recorte de las capas para evitar que se ocultasen armas. No parece que fuese inusual esta costumbre.
      Saludos, don Cayetano.

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  2. ¡Caramba,qué peligro tenia ander entretenido entre los arbustos!

    Saludos

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  3. En especial para los guardas de millones y otros curiales de la Real Hacienda de aquellos siglos.

    Saludos, doña Amaltea.

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  4. Las armas de fuego las carga el diablo.

    ¡Salud!

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    1. Eso pensarían, sin duda, aquellos desafortunados cuyas carabinas y mosquetes baratos reventaban de mala manera.

      Saludos, señor de Dissortat.

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  5. En Béjar tuvimos un párroco levantisco, al cual dediqué unas cuantas entradas en mi blog. Don Gerónimo González de Lucio llevaba siempre espada y armas de fuego debajo del manteo y a veces las lucía ante sus feligreses para demostrar que de clérigo tenía poco y mucho de noble con bravura. Más de un disgusto provocó en la villa por sus afirmaciones en el obispado de que los bejaranos eran moros y judíos.
    Un saludo

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    1. Recuerdo aquella espléndida entrada que usted escribió. La actitud de dicho clérigo no era demasiado extraña en aquellos tiempos. Yo recuerdo algunas referencias al respecto, del obispado de Córdoba y del de Jaén. En realidad y en muchos casos era clérigos a la fuerza. Se notaba en sus usos y actitudes.

      Saludos, doña Carmen.

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  6. Los arcabuces fueron, con las picas (más simbólicas que otra cosa ya en el siglo XVII), las armas estrella de los ejércitos de los Austrias. Parece ser que estos alemanes fueorn bueno maestros pues en el Imperio existía una gran tradición de armas de fuego desde los famosos Lansquenetes, protagonistas del poco glorioso Saco de Roma de 1527.

    Un saludo.

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  7. La arcabucería contribuyó a revolucionar el arte de la guerra. Aunque a Don Quijote le pareciese impropia del ejercicio caballeresco.

    Saludos, Carolus Rex.

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