domingo, 29 de septiembre de 2013

CAIMANES RELLENOS DE PAJA Y OTRAS FIERAS


En siglos pasados se colgaban caimanes, cocodrilos y otros reptiles, debidamente adobados, en los templos. Recuerdo, entre otros ejemplos, el de la Catedral de Sevilla o el existente en la Iglesia Parroquial del Viso del Marqués, entre Sierra Morena y La Mancha. En Estebanillo González se recoge la siguiente frase: "trayéndolo lleno de paja, como caimán indiano". Sería costumbre conseguir o transportar, desde remotos rincones del Imperio, ejemplares amojamados de tales animales. Molestias y gastos menores cuando era grande la afición por lo exótico y las ganas de exponerlos en estrados y gabinetes, para asombro de curiosos y amistades en general. Siempre el propietario de la pieza, de haber estado en Indias, podía fantasear ante la concurrencia y presentar lo comprado como pieza cobrada en situaciones comprometidas, como la reflejada en la ilustración. También se exponían, en lugares sagrados, como exvotos. Pedro García Martín, en un estudio sobre la Mesta, recogió un suceso acaecido en Valvanera, La Rioja, el 8 de septiembre de 1570: se oficiaba misa mayor cuando un pastor irrumpió en el oficio dando voces y diciendo "abia muerto al Demonio con su cayado". Condujo a la estupefacta parroquia al lugar del lance. Había allí una culebra "de cuatro varas de larga y media de grueso, toda llena de escamas, como de azero, una cabeza monstruosa, y unos dientes terribles". Acabaron de matar al reptil, pues todavía vivía, y lo arrastraron al convento en cuyo claustro colgaron la piel. Muy imponente debía de ser la sierpe para que un pastor riojano del siglo XVI se impresionase de esa manera.  Hay otro suceso del que da cuenta Jerónimo de Barrionuevo en sus Avisos. En 1655, cuando en el monasterio de San Quirce "limpiaban un poço o cisterna" apareció "entre la putrefacción, que era mucha, un animal a modo de caimán, con sus conchas y garras, tan grande como un lebrel, que mataron luego y colgaron en la Iglesia".

domingo, 22 de septiembre de 2013

LOS JACOBINOS, EL INQUISIDOR Y EL LECTORAL

Don Agustín Rubín de Ceballos fue obispo de Jaén e inquisidor general. Murió el 11 de febrero de 1793. Al parecer, la decapitación del Rey de Francia, a manos de los jacobinos, le produjo tal pesadumbre que enfermó y le costó la vida. Al menos eso dijo, en sus exequias, el canónigo magistral de la Catedral de Jaén, don Juan Julián de Titos:

Fatigado de mil cuidados, oprimido y consumido de las muchas y grandes aflicciones interiores, que le causaban las novedades de estos tiempos, siendo la que hizo más impresion en su Leal y Catolico corazon, el horrendo suceso, acaecido en Paris el 21 de Enero, no pudo resistir la fuerza del accidente.

No es raro, la gente antes se dejaba morir por malos ratos, melancolías y desengaños. Don Agustín intuía que, con la tragedia de Luis XVI,  acababa el siglo XVIII y con éste el viejo orden monárquico, católico y estamental. Cuando se decapitaba a un rey, a un ungido, el mundo se tambaleaba. Aunque fuese el Rey de Francia. Lejos quedaban los esperanzados e ilustrados días del reinado de Carlos III.

Al conocerse en Jaén la muerte del Prelado, la gente se lamentaba por las calles. Malos tiempos, de guerras y sequía. Era tan caro el pan que los vecinos no podían comprarlo. Además, en aquellos días, se levantaban compañías de granaderos y cazadores destinadas a la raya de Francia, a la guerra contra los nuevos hereges, contra la Convención.

El lectoral don Juan Julián de Titos, pronunció una oración fúnebre en las exequias del Obispo, una augusta y lúgubre ceremonia . Tras dar cuenta de las virtudes del finado, relató la lucha de éste contra los revolucionarios, por medio de los poderes que le confería su condición de Inquisidor General. Sus palabras reflejan muy bien el ambiente, muy politizado ya, de la España de 1793. Jamás había existido, en el criterio del Lectoral, siglo más desgraciado para la religión católica ya que se habían rebelado  

unos espíritus, semexantes enteramente a los que dibuxó el Apostol para los últimos y más peligrosos tiempos: hombres amadores de si mismos, codiciosos, arrogantes, soberbios, blasfemos, inobedientes a sus Padres, ingratos, llenos de maldad, sin amor, sin paz, acusadores, incontinentes, crueles, sin benignidad, traidores, proterbos, hinchados, amadores de sus delicias, mas que del mismo Dios, aparentando Piedad, pero sin executarla, y siempre aprendiendo, sin llegar jamás a la ciencia de la verdad .

Eran, además, libertinos cuya basa fundamental es la independencia de toda Ley Divina, Eclesiastica y Civil, y cuyo sistema es desterrar del mundo toda Religión, la obediencia a sus Ministros, y la sujeción a todo Magistrado. Y todo bajo los especiosos titulos de Libertad e Igualdad.  Los consideraba peores que Lutero y Calvino pues, al fin y al cabo, éstos eran cristianos y los revolucionarios no. Con estas palabras, el Lectoral no se refería a los sans culottes, a la plebe que paseaba por las calles las cabezas ensartadas en picas, sino a los de más arriba, a los jacobinos y, por extensión, a los ilustrados más radicales, que con sus ideas o su resolución habían derribado el Antiguo Régimen en Francia.

 Los malos libros, en opinión del Lectoral, eran las mayores armas de los enemigos del orden tradicional, el más mortifero veneno, en copas doradas. El inquisidor Rubín no cejó en combatir estos escritos: ya prohibe unos, ya recoge otros, ya expurga estos, y ya reforma aquellos. También hizo, el orador, una encendida defensa del origen divino de la potestad de los monarcas - que quien resiste a su poder, resiste a la disposicion de Dios, porque los Principes no son temibles para el que obra bien, sino para el que obra mal, y son Ministros de Dios, que le sirven en su gobierno- y del orden estamental pues no había otra igualdad que la de todos ante Dios.

Menguado favor hizo nuestro lectoral a la causa del Altar y del Trono. No es aventurado pensar que fue el primer introductor, aunque involuntario, de los principios revolucionarios en Jaén. Pronunció en público, en febrero de 1793 y en las naves de la Catedral nada menos, las palabras Libertad e Igualdad. Proclamaba también, en sus modestas posibilidades, el fundamento político y religioso que sostendrá a muchos de los que, años más tarde, tomarán las armas para luchar contra Napoleón.

Las citas en: Titos, Juan Julián de., Oración fúnebre que en las solemnes exequias celebradas por el Illmo. Cabildo de la Santa Iglesia Catedral de Jaén á la piadosa memoria de su difunto Prelado y singular Bienhecor el Illmo. y Excmo. Don Agustín Rubin de Zeballos, Obispo de Jaén, Inquisidor General, y Prelado Gran Cruz de la Real Distinguida Orden de Carlos Tercero, Imprenta de Don Pedro de Doblas, Jaén, 1793.



miércoles, 18 de septiembre de 2013

DEL USO CORRECTO DE LA SERVILLETA

En el prontuario de urbanidad de don Juan Manuel Calleja (1847) se indica lo siguiente:
"desdóblase la servilleta, y se coloca según la coloquen los demás, porque antes se fijaba una punta al pecho y la opuesta se ponía bajo el plato; pero ahora es moda ponérsela encima de las rodillas, en donde de nada sirve."

Naturalmente, en el uso antiguo, el tamaño de la servilleta sería muy grande y de embarazoso gobierno en la mesa. Además, los descuidados y torpes, quedarían en evidencia por lo expuesto de las manchas, migas y demás sustancias

 No podemos imaginar a esos espíritus graves, trágicos y alucinados del XIX, Donoso Cortés,por ejemplo, con la servilleta al cuello, sujeta bajo el plato. Eso era para otro tipo de personas.

jueves, 12 de septiembre de 2013

LA ELEGANCIA Y LA SANTIDAD

La religiosidad barroca fue, en no pocos casos, dada al exceso. Hasta la negación de la propia estima, rasgo compartido en las prácticas ascéticas, tenía sus límites. Comer, con delectación, pan enmohecido o beber agua con sabandijas no era, ni es, recurso obligado para salvar el alma. Dentro de la propia Iglesia, en pleno siglo XVII, se ponían medios, aunque de dudosa eficacia, para evitar estas conductas extravagantes. El Santo Oficio y los tribunales episcopales no quitaban el ojo de encima a los predicadores descompuestos, a la milagrería y a las disparatadas manifestaciones de devoción. Estampas, medallas, relaciones de prodigios y otros artículos de dudosa ortodoxia, de gran aceptación popular, circulaban por la España del XVII, a pesar de las instrucciones de prelados e inquisidores. No debió de faltar, ya en esos años, cierto hartazgo respecto a tales extravagancias y novelerías. Dios nunca ha pedido hábitos con lamparones.

Baltasar Gracián, de la Compañía de Jesús, en El Discreto decía al respecto: " hasta una santidad ha de ser aliñada, que edifica al doble cuando se hermana con una religiosa urbanidad" pues "no gana la santidad por grosera,ni pierde tampoco por entendida".

martes, 10 de septiembre de 2013

APUNTES DEL SUBURBIO

Madrid y septiembre de 1889, paseaban, por las inmediaciones de la Estación de Delicias, Valentín Heredia y Galo Rojo, alias El Jairaque. Debía de ser un día de temperaturas sofocantes. Al pasar por la charca de Pico Pañuelo,decidieron darse un baño. El primero en lanzarse al agua fue Galo Rojo. Tuvo tan mala fortuna que se quedó en el fondo, atrapado por el cieno. Hizo intentos denodados por salvarse pero no pudo. Su compañero no dudó en acudir en su auxilio y también murió ahogado.

Cuando las autoridades tuvieron noticia del suceso, iniciaron las tareas de búsqueda de los cadáveres. Fue muy penosa la faena por la profundidad.  Se llegó a pedir al Ministerio de Marina una barca que llegó tarde y no se pudo utilizar. Llamaron a los operarios de alcantarillas, con sus cuerdas y ganchos.  A las nueve de la noche sacaron al pobre Heredia y a las una de la madrugada a Rojo. Nada se veía ya. La gente, alrededor y sin perder detalle, alumbrada por faroles y carburos.

Durante los trabajos "se llevaron a cabo actos de heroísmo por muchachos que nadaban muy bien, y que, poniendo en peligro sus vidas, arrojaron al agua". Eran las proezas de la irregular caballería de las calles, destellos de nobleza -y majeza- de la golfería. El Gobernador Civil prohibió que se jugasen la vida. Muertos estaban ya los dos desgraciados.

El relato de los hechos viene recogido en La Iberia del 15 de septiembre de 1889.

domingo, 8 de septiembre de 2013

VESTIR COMO UN REACCIONARIO

En una obrilla titulada Los percances de un carlista, de D.M.B Aguirre (1840), se describen las vestimentas de un carlista y de un partidario del Estatuto Real. El carlista, acérrimo y arruinado por sus donativos a la Causa, se llamaba don Pantaleón. Según el autor vestía "con trage bastante anticuado". Don Canuto Remolacha,"servil más ilustrado", era partidario del Estatuto Real  y se presentaba "con trage más elegante pero exagerado en estremo: gran lente; grandes picos en el cuello de la camisa; gran alfiler en la chorrera; peluca muy rizada". Otro personaje, también devoto de Don Carlos, llamado don Eleuterio, aparece con calzón corto, zapato con hebilla y casaca de moda. Todas estas prendas se asociaban al Antiguo Régimen. Lo estirado, rígido, acartonado y grotescamente anticuado se muestra como rasgo común de los adversarios del esparterismo y,  en general, del liberalismo progresista.  En la obra citada se reproduce una copla:  Marido antiliberal/ Que lleva un escapulario/ De la Virgen del Rosario/ Con el Estatuto Real. El escapulario se relacionaba con los antiliberales y legitimistas desde la Revolución Francesa.  La trama de la obra se desarrolla en Madrid, en septiembre de 1840, días antes de la entrada de Espartero.

jueves, 5 de septiembre de 2013

EL MAL GENIO DE UN RACIONERO

Pedro de Segura era racionero en Jaén. De vez en cuando se zafaba de los cabildos catedralicios. Serían largos para él y siempre era preferible ir al campo con los galgos,sestear en la solana de su casa o tañer la vihuela. A lo mejor, Pedro de Segura, prefería dedicar su tiempo a leer a Virgilio, auxiliar a desgraciados  o a rezar. No sabremos nunca si era santo o pecador, piadoso o perdulario. Es lo que tiene el haber vivido hace casi cinco siglos. Su manga ancha le costó la benévola multa de un real y ser llamado a capítulo. En junio de 1543 se presentó el Racionero ante el Cabildo. No pudo sufrir las amonestaciones ni el gesto severo, o divertido, de los prebendados. Se disparó como una escopeta y a voces dijo que a otros no los castigaban porque eran gordos y a él sí porque era flaco lo ejecutaban. El deán de la Catedral le mandó callar y el racionero siguió enfurecido, destemplado.y crecido. Fue sancionado a un mes de falta y a no entrar a los cabildos en diez años. Diez años en el siglo XVI era toda una vida. Ahora tampoco es una broma.

 Días después pidió perdón y todo quedó en nada.

El incidente en: Pedro de Jaén, "Papeles Viejos", Senda de los Huertos, 21, 1991)

lunes, 2 de septiembre de 2013

INCIDENTES EN LA PLAZA DE TOROS DE SEVILLA EN 1748

El 13 de mayo de 1748 un soldado del Regimiento de Flandes cumplía su servicio en la plaza de toros de Sevilla. Reinaba un ambiente bronco. Había que bregar con un público intratable y díscolo. En estas circunstancias, unos espectadores decidieron bajar al ruedo, espada en mano, para herir al toro. Con el objetivo de evitarlo, el soldado repartió unos espadazos entre los más desobedientes. Al parecer se pasó en en el castigo. El paisanaje se enojó y la emprendió a limonazos contra el infante que, sin amilanarse, arremetió -con más furia todavía- contra sus agresores. Esta vez repartió estopa por los tendidos de media plaza. Era tal su enfado que tuvo que ser apaciguado por sus compañeros de armas.  El griterío debía de ser infernal. Parecía que todo iba a quedar ahí.

Transcurrió la lidia y cuando se jugaba el último toro los asistentes pensaron que era el momento de saldar viejas deudas. Comenzaron a buscar al soldado en cuestión -cosa que consiguieron- y, encabezados por un clérigo, comenzaron otra vez a increparlo. El soldado huyó, no sin antes aporrear al clérigo. Perseguido por la muchedumbre enfurecida llegó hasta el cuartel de Triana que fue apedreado.  Tuvo que presentarse el alguacil mayor  de Sevilla para tratar de resolver la papeleta. Hubo intentos de asaltar el cuartel en busca del soldado. La guardia se preparó para defensa.

Era tan apurada la situación que, al final, los del cuartel sacaron al soldado por un balcón, ante la vista de las masas airadas. El marqués de Tablantes dice que fue presentado por el alguacil mayor o por su capitán-que esto no queda claro- "desnudo de medio cuerpo arriba, con la cabeza y los bigotes rapados". Le preguntó a los amotinados el castigo que debían aplicarle al soldado, pues dispuesto estaba "a darle baquetas o a arcabucearlo". Al oír esto, el perseguido prorrumpió en llantos y levantó las manos en señal de arrepentimiento. El pueblo conmovido gritó "perdón, perdón". Y aquí acabó todo el alboroto.