miércoles, 26 de junio de 2013

ESGRIMA DE PALO-BASTÓN



Antes todos llevaban bastón. Había manuales que mostraban las más depuradas técnicas para utilizarlo, como medio de defensa, en las ocasiones que se pudieran presentar. En el Manual de esgrima de espada y palo-bastón de don Antonio Álvarez García, oficial de Infantería y profesor de esgrima, publicado en 1887 se dice: "En las cuestiones ocasionadas en un momento, se ven  muchas veces luchar dos personas empleando el palo-bastón; dando el triste espectáculo de salir ambos vencedores y vencidos, por ignorar su útil esgrima". Era un lamentable espectáculo que debía evitarse. Un caballero debía esgrimirlo, si no había otro remedio, con soltura, precisión y elegancia. No como una estaca gañanesca. Un célebre especialista en estas artes fue Sherlock Holmes que en La aventura del cliente ilustre, (1924) declaraba a su interlocutor, describiendo un lance: "como sabe no se me da mal la esgrima con bastón. Conseguí parar casi todos los golpes. Pero dos hombres resultaron demasiados para mí". No está mal. Otro personaje de la serie de Arthur Conan Doyle llevaba un bastón reforzado, en su interior, con plomo. Un recurso tal, barato y de sencillo manejo, aportaría una aceptable tranquilidad para transitar por las calles más lóbregas del Londres victoriano. Certeza que compartiría el policía que aparece en Mendizábal de Pérez Galdós que "llevaba bastón de nudos con gruesa cachiporra". Completaba su vestimenta "  el sombrero de copa, que su oficio le obligaba a usar, y era de catorce modas atrasado". Galdós consideraba que el bastonear con energía, al caminar, era signo de bravuconería y vida jaquetona. Así consta en De Oñate a La Granja.

sábado, 22 de junio de 2013

LIBRE COMPETENCIA Y QUIEBRA MUNICIPAL EN 1701

En 1701 Lucas Rodríguez y Sebastián Soriano, vecinos de Baños de la Encina, en el Reino de Jaén, denunciaron ante las autoridades municipales de dicha villa, a Juan Rodríguez de Espinosa. La acusación consistía en que "está vendiendo en la casa de su morada de todos cuantos géneros hay de especiería, siendo así que nos los otorgantes somos los arrendadores de los puestos de tiendas y no vendemos porque el susodicho nos haze mala obra y todos los demás vezinos desta villa acuden a comprar a dicha su casa".

 El problema era complejo. Los concejos estaban en una situación de quiebra desde finales del siglo XVI. Sus principales fuentes de ingresos eran las sisas, los arbitrios y el arrendamiento de propios y bienes comunales. También intervenían en otros campos de la actividad económica. Los comerciantes, por ejemplo tenían, con frecuencia, que arrendar tiendas y puestos al propio municipio. Debían vender a precios altos para obtener un margen de ganancia, para poder vivir y además pagar a las autoridades municipales los correspondientes derechos. Pero, sin duda, la gente corriente era la más perjudicada. Una de las causas de las penurias y  los altos precios, padecidos en las sociedades del Antiguo Régimen se debía a este intervencionismo feroz. En especial afectaba a los productos de primera necesidad y a los más pobres. Un ejemplo evidente era el encarecimiento y el desabastecimiento de pan provocado por la tasa del trigo. También el concepto mercantilista de la economía se trataba de adaptar al ámbito local. La ciudad o el pueblo se consideraba, hasta cierto punto, como un espacio cerrado. El miedo a la libertad económica es muy antiguo y todavía está muy arraigado.

Había, sin embargo, tenderos que vendían sus mercancías por libre y a precios más bajos. Era el caso de Juan Rodríguez de Espinosa. Los clientes, al parecer, acudían con entusiasmo a su tienda. La irritación de los especieros de Baños de la Encina que pagaban altos impuestos, rentas a la hacienda municipal y, forzosamente, vendían más caro crecía por días. De dónde sacaba sus mercancías el tendero denunciado es un misterio. Que practicase algún tipo de pequeño contrabando e introdujese productos varios en la villa, burlando o sobornando a los guardas de millones, es perfectamente posible.

 La Justicia tomó cartas en el asunto y le embargó las mercancías que resultaron ser pocas. Es muy probable que las consiguiese esconder antes de la llegada de los alguaciles. Fernando Hidalgo,vecino de Baeza, que, creo entender, era  su socio describe lo intervenido: "una poca ropa y otros trastos que tiene en esta villa  puesta tienda de mercader". Rodríguez de Espinosa fue encarcelado pero salió en libertad previo pago de una fianza. Así consta en las correspondientes escrituras notariales.

jueves, 20 de junio de 2013

MÁS SOBRE ARRIERÍA

Ilustración: BNE CC

Según una relación de precios de Jaén, fechada en 1627, el alquiler de un mulo de silla, con la paga del mozo de mulas incluida, ascendía a cuatro reales la jornada. Los servicios de un mulo de albarda o de carga costaba a razón de dos reales y medio por día. Al no existir todavía un servicio de diligencias, el alquiler de mulos o el ajustar viaje con un arriero constituían gastos obligados. Las recuas formaban, a veces, caravanas, encabezadas por una acémila, llamada cebadero, a la que seguían hasta cuarenta caballerías mayores y menores. Debían de ser dignos de ver estos cortejos por los caminos. La compra de un mulo era una inversión de indudable calado. El precio más alto pagado por uno, según mis notas de archivo, es de 200 reales. Digno de formar en el tronco del más lustroso carruaje. Debía de ser poderoso y conocido en los ambientes de aficionados y tratantes a estas caballerías. Es una pena que no haya quedado recuerdo de su nombre. 200 reales o el equivalente de un centenar de jornales. Mucho era. También había acémilas mas baratas dependiendo de su edad, alzada y mansedumbre. Como aquella mula, pobre y maltrecha, de pelaje negro "con una mosca en la oreja y un esparaván en el pie y una vegija en la mano izquierda" y que vendieron por seis ducados. La compra se hizo también en Jaén. No era la Corona muy dada a que creciese la cabaña mular por considerar que perjudicaba la crianza de caballos y, por tanto, a la defensa del Reino frente a tantos enemigos.

COCINA ESPAÑOLA SEGÚN MORATÍN

"Conque quedamos en que me escribas algo más a menudo. Diviértete por esos barrancos; vete a las Ventillas de Alcorcón, a Santiago el Verde y al arroyo de Arganzuela, y Dios te dé los ácidos gástricos que necesites para tus pimientos en vinagre, tus sardinas, tus huevos duros, tus callos y tu tarangana fría. Adiós".

(Leandro Fernández de Moratín a don Juan Antonio Melón, Burdeos, 5 de febrero de 1824)

domingo, 16 de junio de 2013

EL BÁLSAMO DEL CIRUJANO MIGUEL SANTA CRUZ

Miguel Santa Cruz Villanoba fue cirujano mayor de los Reales Guardias de Infantería Española y del Regimiento de Caballería de Barcelona. Ejerció su oficio en la segunda mitad del siglo XVIII. Estuvo en las campañas de África, Portugal y Cataluña. Publicó en 1762 un tratadillo titulado Bálsamo prodigioso a favor de la vida de los heridos de puñal, espada y palo. Después se reimprimió en 1792, cuando las guerras contra la Francia revolucionaria. El remedio estaba compuesto a base de pez griega, trementina, resina de pino, cera de romero, polvos de lombrices de tierra y aceite de hipérico, una hierba medicinal también llamada corazoncillo. Se calentaban los ingredientes a fuego lento y tras un ligero hervor, se filtraba y depositaba en una vasija con vinagre. Después se aplicaba a la herida del soldado, a aguantar y que fuese lo que Dios tuviese a bien mandar. Miguel Santa Cruz, con honradez profesional, advertía que su bálsamo no era de utilidad para las heridas de bala.

Tomo los datos de la obra de Francisco Guerra: Las heridas de guerra. Contribución de los cirujanos españoles en la evolución de su tratamiento, Universidad de Santander, 1981.

jueves, 13 de junio de 2013

MÁS SOBRE ARTILLERÍA ANTIGUA

Felipe IV estuvo en Jaén los días 11 y 12 de abril de 1624. Recorría Andalucía por aquellas fechas. La idea del viaje fue del conde duque de Olivares. Las ciudades con voto en Cortes mostraban cierta resistencia en autorizar la concesión de nuevos servicios. Algunos caballeros veinticuatro se había tomado muy en serio la necesidad de reformar la Monarquía. La presencia regia, pensaba don Gaspar de Guzmán, serviría para limar asperezas y suspicacias. Se repartirían promesas, advertencias y mercedes -hábitos, juros y otros premios- para que se diese al Rey lo que pedía. Con el fin de dar lustre a la llegada del Rey, el Cabildo municipal acordó la compra de seis arrobas de pólvora para las salvas de honor. Se prepararon los ocho morteros que había en el Castillo de Jaén  Se añadieron también cincuenta mosquetes.  Mucho hubo que afanarse en aderezar los morteros pues - al menos esa es mi impresión- llevaban mucho tiempo inactivos, allí medio olvidados. La pólvora era cara y, además, muy escasa pero un día era un día. El encargado de comprarla fue don Gaspar de Biedma y Narváez, caballero, soldado veterano e hijo y hermano de soldados probados. Era comisión propia para persona entendida. No fuese a fallar la pólvora y se hiciese de las salvas un pobre petardeo, con el consiguiente sonrojo del Cabildo. No fue así, gracias a Dios y quedó muy bien la Ciudad. El fuego artillero parecía, según Ximénez Patón, "como si fuera en Larache, o la Mamora".

Gobernaba la tormentaria Salvador Caro de Rojas, visitador de la artillería de los castillos y fortalezas de Jaén y teniente de alcaide de Otiñar. Ésta era una vieja fortaleza, metida entre los montes, en el camino hacia el Reino de Granada.  Allí se mantiene todavía, en no muy mal estado si se tiene en cuenta  su venerable antigüedad. Caro de Rojas era considerado, según el ya mencionado Ximénez Patón, como"uno de los mejores artilleros que tiene España" y afirmaba haber "oído decir a artilleros prácticos, que es particular inclinación que tiene a este arte, y  que con su mucho estudio, cuidado y vigilancia, puede ser comparado con los mejores de todo el orbe". No se quedó corto en los elogios. Caro de Rojas fue, además, jurado en el Concejo de Jaén desde 1630 por renuncia de Rodrigo de Chinchilla. Creo que sabía más de morteros y culebrinas que de cuentas, padrones y pleitos.


Sobre Caro de Rojas y el viaje del Rey: Ortega y Sagrista, Rafael, "La visita de Felipe IV a Jaén", Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 98, 1978 y Aponte Marín, Ángel, Reforma, decadencia y absolutismo. Jaén en el reinado de Felipe IV, 1998

sábado, 8 de junio de 2013

VOTOS Y TAUROMAQUIA EN EL SIGLO XVII



Determinados santos eran invocados para obtener protección contra  plagas, epidemias y todo tipo de desastres. Cuando se había pasado un mal trago con alguno de estos males, como prueba de agradecimiento por los favores recibidos, tanto individuos como instituciones se comprometían a realizar oficios y fiestas anuales en honor a sus valedores. También, al mismo tiempo, se renovaba la demanda de protección ante lo que pudiera venir y se hacían méritos para que ésta, en caso de necesidad, fuese rápida y efectiva. Era una forma de religiosidad contractual, feudovasallática incluso, como hizo ver en su momento Claudio Sánchez Albornoz.

Los votos de los particulares podían mantenerse a lo largo del tiempo, por medio de mandas testamentarias que establecían la fundación de fiestas, altares y obras piadosas. Los votos acordados por los concejos obligaban a generaciones enteras. Muchas fiestas patronales y romerías celebradas en estos días, tienen su origen en tales promesas. Eran jornadas grandes que se solemnizaban con los correspondientes actos religiosos. También con festejos taurinos. Una costumbre inmemorial  que no siempre contaba con el beneplácito de las autoridades eclesiásticas. Se podía perder el alma, en caso de recibir una cornada mortal sin estar en estado de gracia. Además no eran motivaciones piadosas las que conducían a un hidalgo, a un labrador o a un menestral a la plaza del pueblo o al encierro. Los que criticaban estas costumbres, desde criterios religiosos, sostenían que la emulación, el alarde o la búsqueda de emociones intensas tenían poco que ver con la devoción. También intuían los clérigos más observantes  -no todos- el tono paganizante, poco cristiano en el fondo, de estas celebraciones. Esta relación de los españoles con el toro -sagrada, marcial y festiva- venía de muy lejos.

Estas razones explican lo dispuesto, en 1624, en las Constituciones Sinodales del Obispado de Jaén:

 "Los votos han se de hacer de cosa agradable a Dios, y es muy grave pecado votar materia que á Su Divina Magestad ofende, y porque en algunos lugares suelen en honor, y reverencia de los Santos hacer votos de correr toros, y otros regocijos vanos, en que suelen hallarse muchas ofensas a Dios [...] mandamos de aquí adelante no se hagan votos de correr toros en reverencia de los Santos, ni en otra manera, y los hasta aquí hechos no valgan, ni obliguen a los que lo hicieron y ninguno los competa a cumplirlos".

Poco caso se hizo a estos mandatos. Y el toro, arcaico y totémico, siguió formando parte de los días sagrados y festivos.

domingo, 2 de junio de 2013

TRAPEROS DE MADRID EN EL SIGLO XVIII

La Hermandad de Jesús Nazareno estaba formada, en 1789,  por unos cuarenta y cinco traperos de Madrid. Tenía su sede en la Inclusa de la Villa y Corte. Para ingresar en esta hermandad se debían acreditar determinadas calidades, pagar 30 reales de vellón por la matrícula y cuatro maravedíes diarios. Los recién llegados al arte de la trapería, debían demostrar su condición de cristianos viejos. Todavía a finales del XVIII, incluso en sociedades de modestísima condición, se mantenían estos requisitos criticados, con toda razón, por los ilustrados. Se exigían, además, a los aspirantes garantías de no haber sido procesados por robo, hurto o estafa. Los hermanos tenían como norma, dentro de su código gremial, devolver a sus propietarios cualquier alhaja u objeto de valor tirado a la calle de manera accidental. Se tenían por gente honorable a carta cabal. Las condiciones de ingreso en la Hermandad eran siempre menos severas para los hijos de traperos integrados en la Hermandad. Era un ejemplo más de los numerosos gremios, cofradías, hermandades, órdenes e instituciones del Antiguo Régimen. Restrictivos, semicerrados y siempre celosos de sus privilegios. Había otros traperos que iban por libre pero eran tenidos como gente de rango inferior. No eran lo mismo, según ellos.

La tarea de los traperos era buscar "trapo viejo por las calles". También papel, metal y vidrio que los vecinos arrojaban a la vía pública, basureros particulares y muladares públicos. Después vendían estos materiales a talleres y fábricas. Nada demasiado diferente a lo que actualmente llamamos reciclaje.

Trabajaban sobre todo en el centro de Madrid pues en los barrios pobres no se tiraba nada y, si tenían papel viejo, sus vecinos los vendían a las fábricas de este producto.También estaban obligados a sacar al campo las caballerías muertas que los vecinos abandonaban en las calles o que estaban en establos y cuadras. No podían cobrar ni un maravedí por esta tarea pero, una vez en despoblado, los traperos podían desollar las reses, aprovechar la piel, el cuero y las herraduras. Tenían prohibido, de manera terminante, vender la carne salvo para pasto de perros. No faltarían, sin embargo, compradores para hacer un ruin estofado con las tajadas de un mulo viejo. También debían tener limpias las calles de Madrid de otros animales muertos, sobre todo perros y gatos.

La Hermandad velaba, con sus modestos medios, por los compañeros. Bien pensado, muy pocos estaban solos en el Antiguo Régimen. Ni en la vida ni en la muerte. La Hermandad compraba, puntualmente, una bula de la Santa Cruzada para cada uno de los hermanos y cuando se producía algún fallecimiento se adquiría una bula de difuntos. Se colocaba sobre el cadáver que también al otro mundo había que ir con los correspondientes papeles. Siempre quedaría bien descubrirse ante san Pedro y decirle: "Dispense Vuestra Merced, que yo soy trapero de Madrid, de los matriculados en la famosa Hermandad de Jesús Nazareno y aquí tiene la bula para que disponga lo que haya menester". Y con un poco de suerte, zafarse de 7.000 días de purgatorio.

 Seis hermanos, con hachas encendidas, acompañaban al Viático a las casas de los que padeciesen enfermedad grave. Dos hermanos velaban, cuidaban y consolaban cada noche a los que estaban en trance de muerte. En caso de fallecimiento, la Hermandad contribuía a los gastos del entierro. También se ayudaba a costear las exequias de las mujeres e hijos menores de los cofrades. Tenían especial devoción a la Virgen del Carmen a la que dedicaban actos de culto y fiestas religiosas.