domingo, 24 de noviembre de 2013

UNA ALCOBA DE CIRIOS



El reinado de Alfonso XII inició, con la Restauración, el primer período de estabilidad de la España contemporánea. Tras la detestada y desprestigiada Isabel II, es justo reconocerlo, Don Alfonso no dejó mal recuerdo. Fue un rey magnánimo, de buena voluntad  y joven.  A pesar de reinar más de once años nunca dejó de ser un monarca llegado del exilio. El exiliado es una sombra, decían los romanos, y el destierro siempre imprime carácter. No era, sin embargo, un hombre triste y le faltó, en muchos de sus comportamientos, la gravedad que corresponde, y se espera, de los reyes. Mucho más necesaria que la llaneza y el gracejo. Podría haberse recluido en los recovecos del Palacio de Oriente como un príncipe shakesperiano o un Austria taciturno, hastiado del mundo y atormentado por el destino del Reino. Cuadra más con la imagen del Rey que lo que se contaba de sus andanzas y aventuras. Su memoria, a pesar de todo, queda redimida por su buen corazón y por dos tempranas muertes. La de Doña María de las Mercedes y la suya. El romance, dedicado a la Reina, llegó a oírlo -muchas veces- el que esto escribe, como un eco perdido del siglo XIX. Sobrecogía la aparición de la reina muerta -una sombra negra- cuando Don Alfonso subía por unas escaleras destartaladas y en penumbra.

 Agustín de Foxá describió, con nostalgia monárquica, a Don Alfonso, ya enlazado con la Muerte:


"El rey venía tosiendo
  tuberculoso, amarillo,
           a muerto oliendo sus manos
    y a naftalina su vestido.
              <<¿Dónde vas Alfonso XII?>>
      cantan en rueda los niños.
       <<En un Escorial de rocas
            tengo una alcoba de cirios>>.



Murió el 25 de noviembre de 1885 en el Palacio Real del Pardo. Fue el primer rey cuyo cadáver trasladaron a El Escorial en tren. No estuvieron muy acertados en esta decisión. Mejor era cuando a los reyes los conducían al Real Sitio en una comitiva nocturna, alumbrada con hachas, arropada por los rezos y las lúgubres sombras de frailes, monteros de Espinosa y gentilhombres. En poco quedan las monarquías sin los rituales que corresponden a cada trance. Signo de los tiempos. Gabriel Maura, un niño de seis años entonces,  recordaba como, desde el monte Las Regaderas, contempló el paso del convoy junto a su padre -el gran don Antonio Maura- que se destocó, en señal de respeto. Era un día de brumas, de noviembre, y el frío calaba hasta los huesos.


El fragmento del poema en: Agustín de Foxá, Poesía, Antología 1926-1955. Prólogo de Luis Alberto de Cuenca, Renacimiento, 2005.

6 comentarios:

  1. No dejó mal recuerdo, no. Al menos no gobernaba como hacía su madre, sino que dejaba el asunto político casi en su totalidad a los incombustibles Cánovas y Sagasta o a Sagasta y Cánovas, que es como decir Isabel y Fernando tanto monta, monta tanto. A él le dejaban lucirse, pasearse por el Madrid castizo con su buena planta y buen humor borbónico. Cánovas tuvo buen ojo al colocárnoslo como rey. Otra cosa fue trasladar su cuerpo en ferrocarril, aunque bien es verdad que había que dejar de lado de una vez la estampa de los páramos castellanos de los cortejos reales pasando de pueblo en pueblo, del estilo a como Pradilla pintó a Juana la Loca acompañando el cuerpo de su marido El Hermoso.
    Un saludo
    Un saludo

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    1. La estampa por los páramos era siempre mejor que un triste viaje en tren, ¿no le parece?. El hecho no deja de tener su significado.

      Saludos, doña Carmen.

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  2. Como pasó con don Juan José de Austria, el mestizaje hizo prodigios. Afortunadamente para el monarca, como le llegó a decir su propia madre
    "la única sangre borbón que corre por tus venas es la mía".
    Un saludo.

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    1. Doña Isabel era de cuidado. La relación de líos que tuvo es de campeonato. También eso hizo mucho daño a la Monarquìa.

      Saludos don Cayetano y enhorabuena, otra vez, por su libro.

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  3. Si bien no se señaló en la gobernanza del Reino, delegada, sí lo hizo como su madre, más criticada por ser mujer, en sus escarceos con doña Elena, pesar de doña Virtudes.
    Y sí, pocas cosas hay más tristes que el ambiente nocturno de una estación y un viaje en tren de los de antes.
    Un saludo.

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  4. Ganar pudo en tristeza el cortejo mas no en gravedad.

    Mis saludos, señor DLT,

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