jueves, 12 de septiembre de 2013

LA ELEGANCIA Y LA SANTIDAD

La religiosidad barroca fue, en no pocos casos, dada al exceso. Hasta la negación de la propia estima, rasgo compartido en las prácticas ascéticas, tenía sus límites. Comer, con delectación, pan enmohecido o beber agua con sabandijas no era, ni es, recurso obligado para salvar el alma. Dentro de la propia Iglesia, en pleno siglo XVII, se ponían medios, aunque de dudosa eficacia, para evitar estas conductas extravagantes. El Santo Oficio y los tribunales episcopales no quitaban el ojo de encima a los predicadores descompuestos, a la milagrería y a las disparatadas manifestaciones de devoción. Estampas, medallas, relaciones de prodigios y otros artículos de dudosa ortodoxia, de gran aceptación popular, circulaban por la España del XVII, a pesar de las instrucciones de prelados e inquisidores. No debió de faltar, ya en esos años, cierto hartazgo respecto a tales extravagancias y novelerías. Dios nunca ha pedido hábitos con lamparones.

Baltasar Gracián, de la Compañía de Jesús, en El Discreto decía al respecto: " hasta una santidad ha de ser aliñada, que edifica al doble cuando se hermana con una religiosa urbanidad" pues "no gana la santidad por grosera,ni pierde tampoco por entendida".

11 comentarios:

  1. Muy sabias palabras las del jesuita.

    Por cierto que lo del pan enmohecido como que tiene un pase, pero lo del agua con sabandijas...

    ¡Saludos!

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  2. Y en España por la religiosidad de nuestro Reyes de la Casa de Austria esta exaltación de la religiosidad, centrada en la Eucaristía y el culto inmaculista, llegaba al extremo de "humillar" al mismisimo Rey ante el santísimo sacramento y otras representaciones divinas...la genuflexión regia.

    Un saludo

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  3. Muy simpática la entrada.
    Y es que había gente que vivía su religiosidad con verdadero masoquismo.
    Luego estaban los que se flagelaban, que esa es otra.
    Ni tanto ni tal calvo: ni pasar hambre ni ostentar un barrigón de cenas y comilonas.
    Un saludo.

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  4. Hay descripciones tremendas. Incluso para una mentalidad religiosa del siglo XVII.

    Saludos, señor de Dissortat, y me alegro de volver a leer sus comentarios.

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  5. En particular Carlos II, era muy devoto del Santísimo. Creo que esta faceta de su personalidad fue muy relevante para los españoles de su tiempo.

    Saludos, Don Carolus.

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  6. Gracián coincidiría en la línea expuesta por usted. Parece proponer una religiosidad alejada de actitudes disparatadas.

    Saludos, don Cayetano.

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  7. La religiosidad de entonces funcionaba de parapeto contra la adversidad (si es que este parapeto realmente servía de algo). Religiosidad y superstición se confundían, me temo.
    Un saludo

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  8. Comparto el criterio de Carmen, creo que por una parte estaba la ortodoxia y por otra había un gran vacío en el que las homilías se mezclaban con los comportamientos más peregrinos y supersticiosos.

    No hay más que ver algunos caprichos de Goya para darse cuenta de la solera de algunas de estas prácticas.

    Muy interesante entrada. Un saludo.8

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  9. Tienen ustedes toda la razón. En los ambientes populares lo sagrado y lo mágico, lo heterodoxo y lo ortodoxo, confluían. La Iglesia no dejaba de temer los excesos en ese sentido.

    Muchas gracias, doña Carmen y Anónimo Castellano, por sus valiosos e ilustrados comentarios.

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  10. Bien lo dice usted, señor del Retablo: "se ponían medios, aunque de dudosa eficacia" para evitarlo. Me ha venido a la mente al hilo de su entrada y algunos comentarios sobre las supersticiones la olla que hay en el santuario de Nuria, en Gerona. En ella, introducían -no sé si aún se hará- las mujeres encintas su cabeza, al tiempo que que con una mano hacían sonar una campanilla situada al lado de la olla con el fin de tener un feliz parto. Una manifestación extravagante de la fe, que se extendíó en todo tiempo, no sólo a los tiempos del barroco, sino durante toda la vida antigua de la que tan acertadamente nos habla. Un saludo.

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  11. Desde luego, amigo DLT, y muchas de estas prácticas podían ser de raíz antiquísima y precristiana, aunque en esto haya que tener cuidado. Lo que sí parece claro es que la Iglesia de acuerdo con los condicionantes de tiempo y lugar, ha tratado de evitar las manifestaciones y creencias más excesivas y disparatadas, así como las claramente alejadas de la ortodoxia católica. Las visitas pastorales de los obispos y las disposiciones del Santo Oficio, lo demuestran en numerosas ocasiones. El ejemplo que usted cita es, asimismo, muy ilustrativo

    Mis saludos, y una vez más, gracias

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