lunes, 2 de septiembre de 2013

INCIDENTES EN LA PLAZA DE TOROS DE SEVILLA EN 1748

El 13 de mayo de 1748 un soldado del Regimiento de Flandes cumplía su servicio en la plaza de toros de Sevilla. Reinaba un ambiente bronco. Había que bregar con un público intratable y díscolo. En estas circunstancias, unos espectadores decidieron bajar al ruedo, espada en mano, para herir al toro. Con el objetivo de evitarlo, el soldado repartió unos espadazos entre los más desobedientes. Al parecer se pasó en en el castigo. El paisanaje se enojó y la emprendió a limonazos contra el infante que, sin amilanarse, arremetió -con más furia todavía- contra sus agresores. Esta vez repartió estopa por los tendidos de media plaza. Era tal su enfado que tuvo que ser apaciguado por sus compañeros de armas.  El griterío debía de ser infernal. Parecía que todo iba a quedar ahí.

Transcurrió la lidia y cuando se jugaba el último toro los asistentes pensaron que era el momento de saldar viejas deudas. Comenzaron a buscar al soldado en cuestión -cosa que consiguieron- y, encabezados por un clérigo, comenzaron otra vez a increparlo. El soldado huyó, no sin antes aporrear al clérigo. Perseguido por la muchedumbre enfurecida llegó hasta el cuartel de Triana que fue apedreado.  Tuvo que presentarse el alguacil mayor  de Sevilla para tratar de resolver la papeleta. Hubo intentos de asaltar el cuartel en busca del soldado. La guardia se preparó para defensa.

Era tan apurada la situación que, al final, los del cuartel sacaron al soldado por un balcón, ante la vista de las masas airadas. El marqués de Tablantes dice que fue presentado por el alguacil mayor o por su capitán-que esto no queda claro- "desnudo de medio cuerpo arriba, con la cabeza y los bigotes rapados". Le preguntó a los amotinados el castigo que debían aplicarle al soldado, pues dispuesto estaba "a darle baquetas o a arcabucearlo". Al oír esto, el perseguido prorrumpió en llantos y levantó las manos en señal de arrepentimiento. El pueblo conmovido gritó "perdón, perdón". Y aquí acabó todo el alboroto.

8 comentarios:

  1. Un poco bruto los sevillanos de aquellos tiempos.
    La España profunda que de vez en cuando sale a la superficie. Aquí nunca hubo revoluciones sino algaradas y motines a lo Esquilache.
    Por cosas gordas no nos inmutamos, pero somos capaces de matar por el fútbol y los toros.
    Un saludo.

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  2. El miedo a los motines estaba en el trasfondo de todo esto, al margen del comportamiento general del público en los festejos, no tan respetuoso como ahora. No tengo yo, sin embargo, una opinión tan pesimista sobre los españoles. Podemos hablar de esto, si usted quiere. Daría para una buena serie de entradas.

    Saludos cordiales.

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  3. El desenlace del alboroto suena un poco maniqueo. No sé yo si el alguacil mayor o su capitan intentaron disuadir a la muchedumbre con una treta.

    Interesante anécdota. No sé yo si a los españoles no se nos va mucho la fuerza por la boca, como se suele decir.

    Que disfrutes de la tarde. Un saludo.

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  4. No sé si debo sorprenderme por la actitud de clérigo, cabecilla de la algarada, contraria a su ministerio.
    En fin... así eran los españoles de otros tiempos, como lo seguimos siendo aún en más de una ocasión.
    Como de costumbre, es un placer leer sus entradas.
    Un saludo.

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  5. La presencia de clérigos al frente de motines y revueltas no es nada nuevo. En las alteraciones del XVII tanto servían para iniciarlas como para apaciguarlas. Lo castizo es que el clérigo citado estuviese en los toros.
    Saludos, DLT. Y muchas gracias.

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  6. La gente alterada, hasta ese extremo, no era para tomársela a broma. No creo que llegasen a arcabucear al soldado, en caso de no ceder la masa amotinada. Se pueden seducir muchos posibles finales.

    Mis saludos, amigos Anónimos Castellanos.

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  7. Extraño fue el hecho de que la muchedumbre enfurecida no se tomara la justicia por su mano. El alguacil mayor de Sevilla hizo bien su oficio.
    Un saludo

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  8. Tuvo que demostrar mano izquierda. Sin duda. Estaban siempre alerta ante los motines y revueltas.
    Saludos, doña Carmen,

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