martes, 21 de mayo de 2013

BENDITO SIGLO XIX



Constitución de Inglaterra, de J. L. de Lolme, fue una obra que tuvo cierta influencia en los liberales de 1812. Era conocida gracias a la traducción de don Juan de la Dehesa. Al final del ensayo se habla de los partidos existentes en el Parlamento de Londres. La descripción de la práctica parlamentaria inglesa no dejaría de asombrar a los lectores españoles de su tiempo:

"En ambas Cámaras cuidan mucho los miembros, aun en el calor de los debates, de no pasar de ciertos límites en el modo de hablar unos de otros: y seguramente le reprendería la Cámara, si se excediesen en este punto.Y así como la razón ha enseñado a los hombres a abstenerse en las guerras de todas las injurias que no se dirijan a promover el objeto de sus contiendas, así también se ha introducido una especie de derecho de gentes (si puedo explicarme de este modo) entre las personas que componen el parlamento y toman parte en los debates: han llegado a conocer que pueden muy bien ser de partidos contrarios sin aborrecerse ni perseguirse unos a otros".

Las diferencias políticas no llegaban a enturbiar las relaciones personales pues

"quando salen de la cámara, después de haber sostenido por la tarde sus debates con mucho ardor, se juntan sin repugnancia  para el comercio ordinario de la vida, y suspendiendo toda hostilidad, miran como neutral cualquiera sitio fuera del parlamento".

Este hecho, entre otros, constituirá una de las grandes aportaciones del liberalismo. También en España estos hábitos, de soportar e incluso apreciar al adversario político, se hicieron corrientes con el paso del tiempo. Algo tuvo que ver el exilio español en Inglaterra, y la vivencia directa del ejercicio cotidiano de la práctica política liberal.  Así, desde la muerte de Fernando VII,  y durante todo el siglo XIX, veremos prosperar unas sinceras relaciones de amistad y admiración entre progresistas y moderados, conservadores y liberales. Incluso entre alfonsinos, republicanos y carlistas, durante la época del gran Cánovas.

Tiempos gloriosos en los que las diferencias ideológicas y de partido no impedían el ejercicio de la buena educación, en los que todos -desde los Grandes de España a los menestrales- saludaban con el sombrero y los amigos de toda la vida se hablaban de usted. Hasta los duelistas más puntillosos e incorregibles cerraban sus diferencias con un abrazo y, acto seguido, se dirigían a un restaurante de razonable calidad acompañados de los padrinos.  Después -ya se sabe- llegó el siglo XX, el espanto y  todo lo demás.

10 comentarios:

  1. Flema británica aparte, es que estos politiquillos de tres al cuarto que tenemos ni están por vocación ni tienen modales.
    Un saludo.

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  2. Lo cierto es que no sé qué es peor, si que se despejellen entre ellos siendo coherentes con sus respectivas ideologías, o que lo hagan de cara a la galería y luego tan amigos.

    Lo ideal sería que no perdieran los papeles, sin perder la honradez.

    Un saludo. Que pases una buena tarde.

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  3. No sé qué pasó en el siglo XX. Después de la Gran Guerra, los buenos modos se fueron al garete, entre muchas otras cosas.

    Saludos.

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  4. De todo habrá, don Cayetano, pero no veo yo a ningún Maura, a ningún Castelar, a ningún Vázquez de Mella.

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  5. Desde luego. La energía, la coherencia y la defensa de determinados principios políticos jamás deben estar reñidos con el respeto, con el juego limpio. Tampoco trato de idealizar el pasado, algo que siempre evito, pero creo que esos parlamentarios del XIX tenían cualidades admirables en no pocos casos.

    Saludos, señores de Anónimo Castellano.

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  6. Todo lo que queda de buenas maneras es una herencia del XIX. Creo no equivocarme al respecto.

    Saludos, señor de Dissortat.

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  7. Eran otros tiempos, sin duda, en los que las diferencias se aplacaban con cortesía mediante el florido verbo en la oratoria brillante. Sólo hay que recordar los dicursos de Castelar, al que todos respetaban y admiraban más allá de sus ideas políticas republicanas. Echo de menso a esas personalidades brillantes hoy día.
    Un saludo

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  8. Estoy de acuerdo con usted. Aunque en el XIX hubo también rencillas irreconciliables (recuerdo cómo el conde de Romanones narra el espanto de Amadeo I, aún en Italia, al percibir entre los comisionados españoles de visita allí, de los diversos partidos, cómo ensalzaban a sus jefes de partido denigrando sin pudor a los contrarios, en un acto de Estado, como era la entrevista con el futuro rey. Pese a todo, bien lo dice, el siglo XX, aún fue peor. Jamás, como entonces, llegaron a oírse frases, desde la propia tribuna del parlamento, que por impropias y graves, hasta fueron eliminadas del diario.
    Su entrada es del siglo XIX, pero debería ser de provecho para los políticos del XXI.
    Un saludo.

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  9. Es lo que yo creo, doña Carmen. Aunque tenían sus más y sus menos, la política se desarrollaba con otros criterios muy distintos a los del siglo XX.

    Saludos, y perdone la tardanza en mi respuesta.

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  10. Desde luego, señor DLT. Y el Sexenio Revolucionario no fue precisamente una época ejemplar en cuanto a lo que debía ser la práctica parlamentaria en un país normal. La Restauración, en cambio, al menos durante la época de Cánovas, sí se desarrolló de acuerdo con unos planteamientos más civilizados. Con todo, incluso en el Sexenio, los niveles de violencia fueron muy limitados en comparación a lo que habría ocurrido en el siglo XX.

    Saludos, y como en el caso de doña Carmen, perdone usted mi retraso en la respuesta.

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