domingo, 3 de marzo de 2013

EL MALTÉS DE MADRID


Es el título de un romance de ciego -un pliego de cordel- en el que se narra la siniestra experiencia vivida por un maltés en la Corte. Debía de ir bien provisto de dinero pues los de su nación solían dedicarse a los tratos y negocios en la España de los siglos XVIII y XIX. Los hechos tuvieron lugar un Jueves Santo, en un año indeterminado, y fueron los siguientes: una falsa dama, con astucias y engaños, condujo a nuestro personaje  -caballerete elegante y no mal intencionado- a su casa. Decía que iba a invitarlo a bizcochos y agua. El maltés quizás imaginando una aventura galante o, simplemente, por agradar, aceptó el agasajo. La frugalidad de la colación se debía a que tal día era de ayuno obligado. El objetivo de la perversa anfitriona era, una vez en su casa, robar y asesinar a nuestro personaje. Éste se olió el asunto cuando, al entrar en la infame residencia, vio en la sala tres embozados de muy mal aspecto. Mal panorama se presentaba. No era para menos. Consiguió salvarse del jicarazo por muy poco: encomendándose a la Virgen del Carmen y gracias a la audacia de su criado. Éste dio aviso a unos soldados que acudieron, con bayoneta calada, al rescate de su amo. Tras reducir a los maleantes registraron la casa y dieron con una habitación cerrada con dos candados. Funesto presagio. Tras descerrajar la puerta encontraron un macabro panorama:

En tres artesas tenían
 cubiertos de sal y agua
      á seis racionales cuerpos:
      y mirando bien la cuadra,
encontraron otros seis
solamente las estatuas
arrimadas á un rincón
con una estera tapadas

Terrorifico. Allá vengan historias de Poe que en la Villa y Corte se hacían las cosas a lo grande. Así, por las buenas. Después los detenidos, sometidos al pertinente tormento y a fuerza de retorcer las mancuernas, confesaron. Dijeron que salaban los cadáveres de los pobres desgraciados que caían en sus manos. Así los tenían, durante cuatro o cinco días en salmuera, para evitar los malos olores para después tirarlos al río. Dieron relación de sus víctimas. Veintiséis nada menos, de distinta condición y edad. Los culpados fueron condenados a ser arrastrados por las calles, ahorcados y puestos sus cuartos en los caminos. Aunque el romance aparece publicado en 1858,  la práctica del tormento judicial  y la forma de ejecución de la pena capital nos hablan de un episodio -real, inventado o exagerado-  nos sitúa en una época anterior a las reformas liberales.

                                        ***
Por cierto, en una aventura de Sherlock Holmes - "La caja de cartón", The Strand Magazine, enero de 1893-  una señora recibe, en su domicilio, un paquete con una oreja conservada en sal. El criado del maltés podría haber asesorado, con competencia indiscutible, al detective de Baker Street en cuestiones de esta naturaleza.


Conozco el romance gracias al libro de Julio Caro Baroja, Romances de ciego (1979). El pliego de cordel se editó en la imprenta de don José M. Moreno, calle Juan de la Cabra, número 4, de Carmona.

8 comentarios:

  1. ¡Qué barbaridad! Lo que es capaz de hacer la gente por dinero...

    Saludos.

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  2. Realmente terrorífico el romance del ciego.Pero lo cuentas con tanta gracia que ni siquiera produce miedo.
    Saludos

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  3. La España profunda y macabra de hace tiempo.
    Un romance muy "salado".
    Saludos.

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  4. Y luego dicen que los asesinatos en serie son cosa de ahora, pero sólo hay que ver esta historia para convencerse de los contrario.
    Un saludo

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  5. Siempre ha sido así. El ser humano es de cuidado. Sin perjuicio de que existan santos y tipos honrados.

    Saludos señor de Dissortat.

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  6. Quiere uno pensar que el relato fue exagerado por los que vendían los pliegos. Si se piensa bien describe un panorama pavoroso.

    Saludos doña Ambar

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  7. Esa era la España antigua. De la seguidilla a lo macabro.

    Saludos don Cayetano.

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  8. La gente antes era tremenda. Bien lo sabemos los que hemos bregado en los archivos. No es que ahora la condición humana haya mejorado mucho pero lo de la Edad de Oro nunca me lo he creído.

    Saludos doña Carmen.

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