domingo, 28 de octubre de 2012

LA ADMIRACIÓN Y EL SILENCIO


Un buen consejo para los que aspiran a seguir la vía caballeresca y gentil: "La admiración se precia más del silencio, que de la voz, o la pluma". Mantenía esta afirmación nuestro caballerizo don Lope de Valenzuela y Peralta, veinticuatro de Baeza. Capaz fue el tiempo, asistido por los siglos y el olvido, de empañar su recuerdo mas no su razón.

En la introducción de la obra de don Gregorio de Tapia y Salcedo, Exercicios de la Gineta al príncipe D. Baltasar Carlos, Madrid 1643.

lunes, 22 de octubre de 2012

TRATARSE POR CARTA

Los españoles de los siglos XVI y XVII descubrieron y se aficionaron al correo. En 1580 se abrió en la Puerta del Sol de Madrid una estafeta en la que los particulares podían enviar o recoger sus cartas. Ya no era el correo un medio sólo destinado a los más graves asuntos de la Monarquía. Una villa de la España interior como Pozoblanco, en el Reino de Córdoba, tenía en 1622, dentro de sus modestos gastos, una asignación especial para correos. Años antes, el Concejo de Jaén, apremiado a hacer ajustes muy estrictos en sus cuentas, que en esto como en todo hay pocas cosas nuevas, consideraba imprescindibles los gastos destinados a correos y estafetas por ser necesarios al bien público. El desarrollo del estado, desde el final de la Edad Media, y el propio nacimiento del mundo moderno son incomprensibles sin estos modestos pliegos que, en unos cuantos días, recorrían extensos espacios. Las propias relaciones personales así como las complejas redes de patronazgo se configuraban a través de las cartas. En 1614 el licenciado Jerónimo de Quesada, secretario del Santo Oficio y maestro de ceremonias de la Catedral de Jaén, afirmaba que don Juan Coello de Contreras, futuro consejero de Castilla, era deudo del conde de Barajas, del cardenal Zapata y del inquisidor Zapata "y como tales se comunican y se tratan por cartas". Se aportaba este hecho, como prueba de las relaciones familiares con tan alto personaje, para acreditar la nobleza de don Juan, que aspiraba a conseguir un hábito de Santiago.

Sobre obras pictóricas relacionadas con las cartas pueden consultarse un par de excelentes artículos en el blog Ars Vitae

jueves, 18 de octubre de 2012

NOCHE DE PERROS Y MALA JORNADA

Ahora que comienza la temporada de caza es buen momento para recordar a don José Moreno Castelló, profesor y silvelista, hombre elegante. En sus escritos sobre caza, a finales del siglo XIX, describió las penalidades pasadas en un cortijuelo, cerca del Guadiana Menor, en la provincia de Jaén.  El relato tiene mucho sentido del humor y no carece de interés etnográfico pues refiere algunos detalles sobre formas de vida del pasado y la pobreza existente en los medios rurales. Don José se desplazó allí con otro cazador, también cuquillero, con la esperanza de, al día siguiente, cazar la perdiz con reclamo. Vivían en el cortijillo, que les iba a servir de alojamiento, dos hermanos solteros y de pocas palabras. La única pieza habitable era la cocina que se hallaba a la entrada. A cada lado de la lumbre había dos poyos, para sentarse o dormir, con apenas un par de metros de longitud. El combustible para la lumbre consistía en boñigas de reses vacunas y granzones. El alumbrado se limitaba a un candil colgado de un cordel. Todo esto estaba, y lo digo sin exageración, como en los tiempos de Viriato. Lo peor es que al pie del poyo dormía "una enorme marrana", asilvestrada y amenazante. Uno de los anfitriones se despidió y se largó al pueblo más cercano. El otro, al llegar la noche, no quiso saber nada, se cubrió hasta la cabeza, con una manta o capote, y a los cinco minutos estaba dormido, sin señal de remordimiento alguno, amenizando el panorama con potentísimos ronquidos. Para más espanto estos ruidos se mezclaban con los de la res porcina que, recordaba espantado Moreno Castelló, "inconsiderada, bufaba sin descanso y desalojaba gases de su monstruoso cuerpo, que llegaban hasta nosotros y no con olor de ámbar". Horroroso cuadro. Por si fueran pocas las penalidades fueron atacados por legiones de pulgas enfurecidas, imagino que curiosas y alborozadas por la presencia de los dos cazadores provincianos. Desengañados, ante la imposibilidad de dormir por las pulgas, la marrana y los bramidos, trataron de encender el candil, no sin grandes apuros, para jugar a las brisca. La partida no debía de ser muy alegre pero había que adaptarse a lo que viniese. Cuando ya comenzaban a pasar, mal que bien, el trago se agotó el aceite del candil. Adiós a las cartas. Resignados permanecieron a oscuras y en silencio, sin más entretenimiento que esperar la amanecida, con añoranzas del bendito y modesto confort de sus casas. Después, con el cuerpo bien baqueteado y, cabe pensar, con un humor tan de perros como la noche padecida, salieron al campo pero la caza fue imposible por el viento, racheado y antipático. La cabalgadura que llevaban, muy resabiada, "un hermoso animal, sobrado de carnes y de genio y falto de trabajo" comenzó a trabear cuando se acercaban los cazadores y lanzó al suelo toda la impedimenta, debiendo cargar nuestros personajes con las jaulas, mantas, zaleas y otros engorrosos accesorios y perseguir un largo trecho al animal. Hay veces que las cosas salen mal.



José Moreno Castelló, Mi cuarto a espadas, sobre asuntos de caza. Apuntes, recuerdos y narraciones de un aficionado. Jaén 1898.

domingo, 14 de octubre de 2012

FERNANDO VII O EL DISIMULO SIN GRANDEZA



Fue el monarca más nefasto de la Historia de España. Conformes. Sin embargo su personalidad suele describirse con unos rasgos tan toscos como su expresión y sus facciones. No seremos sospechosos de pertenecer al partido fernandino si reconocemos que tras su aparente garrulería, velada por el humazo de cigarros bastos y la falsa franqueza de sus palmadas en la espalda había algo más. Una suerte de sagacidad maliciosa, decantada por la experiencia y lo mucho que había visto. Quintana, liberal español, en sus cartas a Lord Holland, escribe al respecto: "Consideradle desde niño, mal querido de sus padres, eclipsado y desairado por el arrogante visir [Godoy], alejado de todo influjo y representación, contrariado casi siempre en sus gustos y aficiones, observado en su conducta, rodeado de espías y amagado muchas veces, según se decía en aquel tiempo, de perder alevosamente la vida para que perdiese la corona". La Corte siempre fue un lugar peligroso. En los tiempos de Antonio Pérez y en los de Calomarde. Después, sigue Quintana, aparece Napoleón "que pérfidamente le cautiva y le despoja". Por si fuera poco "añadid las sugestiones viciosas de las pasiones e intereses que han estado sin cesar combatiéndose alrededor suyo, los consejos contradictorios, las delaciones continuas, las perfidias e inconsecuencias que de cuando en cuando ha experimentado en sus mismos favoritos". Lo expuesto explicaba, según Quintana, su actitud recelosa, sus prejuicios hacia los liberales, el afán por el mando absoluto y esa falta de confianza advertida de manera constante en su persona. Con todo lo anterior, Fernando VII podría haber cultivado cierta grandeza trágica pero su naturaleza y su voluntad sólo le condujeron a un nihilismo castizo.

viernes, 12 de octubre de 2012

DOCE DE OCTUBRE




"¿Dónde está -decidme- una palabra clara, una sola palabra radiante que pueda satisfacer a un corazón honrado y a una mente delicada, una palabra que alumbre el destino de España?".

José Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote, 1914

domingo, 7 de octubre de 2012

LA ELEGANCIA DE ANTONIO FUENTES


La decisión de Juan Belmonte de desprenderse de la coleta, el trato con escritores y sus sinceras aficiones intelectuales se han considerado como un gesto de ruptura con el estilo que, desde siempre, había caracterizado al torero dentro y fuera de la plaza. Belmonte que revolucionó la tauromaquia en tantos aspectos y cuya correspondencia con las vanguardias de su tiempo es evidente, no era del todo original en tales gestos. Ya el marqués de Premio Real,  en su obra Semblanzas de los toreros del día (1900), escribía lo siguiente de Antonio Fuentes: "Es exageradamente elegante en el vestir, y es reo entre la afición sevillana de haber importado el uso de corbata, los trajes de forma inglesa y otros detalles de la toilette masculina de los señoritos". Atenuaba, eso sí, su elección que no dejase de vestir el traje corto "al que en días solemnes da la preferencia, rindiendo así pleitesía a la tradición". Junto a esto menciona Premio Real sus lujos y alardes de elegante pues "se viste tres o cuatro veces al día como cualquier gomoso; frecuenta los círculos y reuniones de la afición más distinguida; tiene coche; y en joyas y caprichos gasta un dineral". Antonio Fuentes no renunciaba a la posibilidad, incluso, de ir más allá del señoritismo castizo y convertirse, si no en un dandy, si en un gentleman. La voluntad de distanciarse de la imagen tradicional del torero no era nueva. Adrian Shubert menciona como precursor de esta tendencia a Francisco Montes y, por supuesto, a Mazzantini. Tales cambios no podían dejar de provocar grandes críticas por parte de los tradicionalistas, partidarios de que los toreros vistiesen, hablasen y actuasen como tales dentro y fuera de la plaza. Mazzantini, de hecho, envío sus padrinos a Peña y Goñi que había censurado, con ofensivas palabras según aquél, su manera de vestir y comportarse como impropia de un matador de toros.

lunes, 1 de octubre de 2012

DE ANTIGUA CIRUGÍA MILITAR

En la cirugía militar de siglos pasados hubo apasionadas polémicas sobre cuál era el tratamiento más adecuado para curar las heridas de arma de fuego. Se creía que la bala estaba envenenada por la pólvora.  Esto provocó frecuentes diferencias sobre si era o no conveniente extraer el proyectil. Los contrarios a esta última práctica consideraban, con buen criterio, que muchas veces era más peligrosa la operación que el arcabuzazo. Las heridas de bala, pensaban, se debían curar con aceite hirviendo para cauterizarlas y se podían cerrar con un compuesto a base de clara de huevo y yeso cernido. Algunos cirujanos aconsejaban aplicar sobre la herida, entre otros remedios, bálsamo del Perú, lombrices secas, grasa de cachorros, sangre de drago, bol arménico y acíbar. Era conveniente suturar las heridas con tripa de cordero, cuerdas de vihuela o hilo de seda. Se recomendaba proceder al cosido "con técnica de pellejero". Es evidente que no se andaban con tapujos en este aspecto. La herida se debía desbridar, sajar y someter al herido a sangrías. Era creencia muy generalizada que no se debía dejar la herida al descubierto para que supurase bien lo que se consideraba beneficioso. Para combatir el dolor se recomendaba el opio y el láudano. O sencillamente aguantar con entereza de veterano. Y, en caso de la más mínima duda, se debía amputar. El gran cirujano militar Dionisio Daza Chacón, estudiado por Gregorio Marañón, utilizaba para tales operaciones "una sierra de hacer peines muy finos". Es de admirar el uso diverso que se puede hacer de las cosas. De las frecuentes amputaciones proceden las abundantes patas de palo utilizadas para valerse, con más o menos gracia y fortuna, por tantos soldados estropeados. Naturalmente hubo cirujanos militares españoles, beneméritos y muy experimentados, que pusieron en duda parte de estas prácticas y aconsejaron otras, más sensatas, que salvaron muchas vidas.

 Tomo los datos anteriores de Gregorio Marañón, en particular de su indispensable ensayo "La vida en las galeras de Felipe II", recogido en Vida e Historia, Madrid, 1941, y  de la excelente obra de Francisco Guerra: Las heridas de guerra. Contribución de los cirujanos españoles en la evolución de su tratamiento, Santander, 1981.