lunes, 1 de octubre de 2012

DE ANTIGUA CIRUGÍA MILITAR

En la cirugía militar de siglos pasados hubo apasionadas polémicas sobre cuál era el tratamiento más adecuado para curar las heridas de arma de fuego. Se creía que la bala estaba envenenada por la pólvora.  Esto provocó frecuentes diferencias sobre si era o no conveniente extraer el proyectil. Los contrarios a esta última práctica consideraban, con buen criterio, que muchas veces era más peligrosa la operación que el arcabuzazo. Las heridas de bala, pensaban, se debían curar con aceite hirviendo para cauterizarlas y se podían cerrar con un compuesto a base de clara de huevo y yeso cernido. Algunos cirujanos aconsejaban aplicar sobre la herida, entre otros remedios, bálsamo del Perú, lombrices secas, grasa de cachorros, sangre de drago, bol arménico y acíbar. Era conveniente suturar las heridas con tripa de cordero, cuerdas de vihuela o hilo de seda. Se recomendaba proceder al cosido "con técnica de pellejero". Es evidente que no se andaban con tapujos en este aspecto. La herida se debía desbridar, sajar y someter al herido a sangrías. Era creencia muy generalizada que no se debía dejar la herida al descubierto para que supurase bien lo que se consideraba beneficioso. Para combatir el dolor se recomendaba el opio y el láudano. O sencillamente aguantar con entereza de veterano. Y, en caso de la más mínima duda, se debía amputar. El gran cirujano militar Dionisio Daza Chacón, estudiado por Gregorio Marañón, utilizaba para tales operaciones "una sierra de hacer peines muy finos". Es de admirar el uso diverso que se puede hacer de las cosas. De las frecuentes amputaciones proceden las abundantes patas de palo utilizadas para valerse, con más o menos gracia y fortuna, por tantos soldados estropeados. Naturalmente hubo cirujanos militares españoles, beneméritos y muy experimentados, que pusieron en duda parte de estas prácticas y aconsejaron otras, más sensatas, que salvaron muchas vidas.

 Tomo los datos anteriores de Gregorio Marañón, en particular de su indispensable ensayo "La vida en las galeras de Felipe II", recogido en Vida e Historia, Madrid, 1941, y  de la excelente obra de Francisco Guerra: Las heridas de guerra. Contribución de los cirujanos españoles en la evolución de su tratamiento, Santander, 1981.

8 comentarios:

  1. Aquellos tiempos eran especialmente duros para los heridos de guerra, quienes además del fuego del enemigo debían sufrir las barrabasadas de aquellos carniceros metidos a cirujanos.
    Un saludo.

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  2. Es verdad don Cayetano y, a pesar de todo, había grandes cirujanos con una experiencia probada y una intuición genial.

    Saludos.

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  3. Produce escalofríos, no se sabe que era mejor si morir en la batalla o vivir con estos tratamientos, aunque no había opción era la medicina de la época.
    Un saludo.

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  4. Un poco antes, en una época aún más antigua,los cirujanos y los barberos compartieron gremio en el mundo occidental. El gremio de cirujanos y barberos. Por tierras de Escocia se usaba el whisky como anestesia. Imagínate.
    Impresiona pensarlo.
    Saludos de su lectora.

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  5. Además, señor de Valverde, la relación con el dolor también ha cambiado.Todo era mucho más tremendo.

    Saludos.

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  6. Ya lo creo que impresiona doña Olga. Y ya sabe usted que los servicios de los dentistas estaban también incluidos en las barberías.

    Saludos del que también es su lector.

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  7. No me cuesta mucho imaginar cómo a los sufrimientos propios de las heridas y su tratamiento inmediato, habría que añadir las agonías de muchos por las incontrolables infecciones.
    Un saludo.

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  8. Así era. Más que por la gravedad de las heridas morían por las infecciones. Esto lo explica muy bien Geoffrey Parker en su obra sobre el Ejército de Flandes.

    Saludos señor DLT y perdone la tardanza en mi respuesta.

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