viernes, 21 de octubre de 2011

SALAS DE ARMAS

Las salas de armas contaron con una gran aceptación entre nobles y hombres de clase media, de aficiones aristocráticas, en el siglo XIX. Algunas se mantuvieron hasta el primer tercio del XX para desaparecer después de la Guerra Civil. En cierta medida debían de tener mucho de club y de sociedad deportiva y eran una consecuencia de la reivindicación romántica de los valores caballerescos. También de los numerosos duelos que se producían entre militares, políticos y periodistas. Antonio Díaz Cañabate recordó la sala de armas a la que era asiduo en su juventud, regentada por don Ángel Lancho. Frecuentaba dicho lugar Carlos Arniches pues tenía afición a ver, serio y tétrico, como sus tres hijos practicaban con el florete, la espada o el sable. En una de sus obras, amarga y regeneracionista, La Señorita de Trevelez, aparece un personaje, don Gonzalo, que era instructor de esgrima. Escribió Díaz Cañabate: "Una sala de armas era en la ciudad moderna la puerta de escape al pasado. Al entrar en ella salíamos hacia el ideal, hacia lo inexistente. Nos dejábamos en la calle al hombre de hoy y nos transformábamos en el hombre que fue", y añade, "dadle a un rufián un guante y una espada y veréis como se ennoblece".
             Para conocer algunos detalles sobre lo que eran las salas de armas podemos recurrir a la obra de Antonio Álvarez García, oficial de Infantería y profesor de esgrima del Regimiento de Infantería de Córdoba, número 10, y del Regimiento de Infantería de la Reina. En 1887 publicó un libro titulado: Manual de Esgrima de espada y de Palo-Bastón, editado en Granada por la Imprenta de don Paulino V. Sabatel, calle Mesones 52. En el tratado se da cuenta de los efectos con los que debía contar una sala de armas en condiciones, a saber: 18 floretes, 18 sables de madera con guarnición de acero, una docena de sables de combate, otra de sables de vara de acebuche, olivo o fresno de un dedo de grueso, más o menos, con guarnición de baqueta, y sigue enumerando, seis espadas de taza con botón, seis dagas de taza también con botón, seis espadas "modernas" con botón, cuatro palos bastones de un grueso regular, cuatro petos "para dar lección" y otros cuatro "para tirar asaltos", guantes, manoplas y  zapatillas en abundancia. Recomendaba el autor disponer en el testero de la sala, en medio de un trofeo, mazas, ballestas, dagas de gavilanes, arcos y flechas, espadines y, entre otras armas, sables de infantería y caballería, para crear un ambiente marcial y medievalizante.
          

14 comentarios:

  1. Eran otros tiempos. El honor que se limpiaba con armas en la mano. Luego con la polvora ya se fue perdiendo la lucha cuerpo a cuerpo.

    Debía de ser todo un espectaculo aquella sala de armas "en condiciones".
    Un saludo cordial.

    ResponderEliminar
  2. Me encantó esa frase de Díaz Cabañete:

    "...Al entrar en ella salíamos hacia el ideal, hacia lo inexistente. Nos dejábamos en la calle al hombre de hoy y nos transformábamos en el hombre que fue".

    Saludos Don Retablo...

    ResponderEliminar
  3. La guerra, las armas... ¿cuándo nos libraremos de ellas? Creo que nunca. En fín, allá los belicistas y su desconocimiento del placer de no saber de armas, más allá del cuchillo de comer o de la navaja de las excursiones.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  4. Un modo de evasión legítimo mientras con las armas no se atentase contra nadie y solo fuese diversión, aunque me temo que esto no se correspondía con la realidad. Me ha recordado a la novela de Pérez- Reverte "El maestro de esgrima".
    Saludos

    ResponderEliminar
  5. Desde luego esas salas de armas corresponden a otro tiempo, don Lorenzo. Tampoco creo que fuese muy rígido el ambiente en esas sociedades y tampoco que, en los años veinte, saliesen grandes espadachines por las calles como en el siglo XVII.

    Saludos y gracias.

    ResponderEliminar
  6. Era una muestra de romanticismo tardío. Díaz-Cañaate escribía muy bien y con una amenidad insuperable.

    Saludos don Eduardo y gracias.

    ResponderEliminar
  7. Hay cosas que existen desde el origen de los tiempos, don Juan. Y ya que existen más vale que estén del lado del Derecho, la ley y el orden para protección de los pacíficos y de la gente honrada. Bien lo sabía esto don Quijote.

    Muchas gracias por su comentario. Saludos.

    ResponderEliminar
  8. De todo había doña Carmen. Pero no creo que las salas de armas fuesen escuelas de matonismo sino todo lo contrario. También ahora existen lugares donde se practica el judo y otras artes marciales y no pasa nada.

    Saludos y gracias por sus siempre lúcidos comentarios.

    ResponderEliminar
  9. Como bien indica, una manera romántica de volver a glorias pasada, sobre todo, algo necesario en aquella tumultuosa España de finales del XIX. Seguramente muchos se imaginaban combatiendo por el emperador Carlos o formando en los ejércitos del Prudente.

    Un regio saludo.

    ResponderEliminar
  10. Desde luego con tanta maza, argolla, ballesta y demás armas medievales colgando de las paredes uno debía verse transportado a los tiempos pasados con mucha facilidad. Una evasión agradable supongo. Un saludo.

    ResponderEliminar
  11. Desde luego entrar entrar en una sala de armas debía impresionar. Lo que no sé es si ennoblece. Aun pervive las armas de este tipo en competiciones.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  12. En el siglo XIX, frente al prosaísmo que se le atribuye con frecuencia, hubo cierto culto a los valores caballerescos.

    Saludos Don Carolus.

    ResponderEliminar
  13. Es verdad señor de Valverde. Ennoblecían los valores más que el manejo, con mayor o menor destreza, de la espada.

    Saludos y gracias.

    ResponderEliminar
  14. Ellos se veían como hombres capaces de revitalizar el antiguo ideal de la hidalguía.

    Saludos señor de la Terraza. Y gracias.

    ResponderEliminar