lunes, 15 de agosto de 2011

SANCHO DÁVILA

Hubo un obispo de Jaén que se llamó así. Y un capitán de los tiempos de Carlos V y Felipe II. Y otros personajes más. Pero nos referimos a otro, de vida más oscura pero no menos valerosa, granadino y paje de santo Toribio Alfonso de Mogrovejo. Entró a su servicio cuando éste era inquisidor en Granada. Al pasar a Indias,cuando el Santo iba a ocupar el arzobispado de Lima por muerte de don Jerónimo de Loaysa, Sancho Dávila formaba parte de su séquito junto a veintiún más. Llegaron allí en 1581. Fue santo Toribio un decidido defensor de los principios de Trento y visitó con dedicación y riesgo de su persona la inmensa diócesis que estaba bajo su jurisdicción. Las leguas se contaban por centenas en aquellas salidas y había más peligros que lejanías. Una vez, en una de esas jornadas, camino de Moyobamba, estuvo santo Toribio a punto de entregar la vida y el alma. Hubo una tormenta terrible, resbalaban las caballerías en los barrizales. Entre juramentos y plegarias, hubo uno, llamado Diego de Rojas, que dio voz de alarma pues quedaba santo Toribio como muerto en un cenagal. Lo llevaron, con grandes trabajos, a sitio seguro aunque ya sin esperanza. Llegó a tiempo Sancho Dávila, a pesar de estar quebrantado y aterido por la violencia del temporal. Con yesca y lana que sacó de una almohada hizo lumbre. Cosa de pastores parece el remedio, recuerdo quizás de esa España en la que la gente era tan aficionada a lanzarse por caminos y veredas a conducir rebaños, buscar aventuras o a reformar el Carmelo. En fin, poco a poco y con el calorcillo de la candela salió su señor de tan apurado trance. No fue la única vez en la que le salvó la vida. Al día siguiente estaba bien, ofició misa y predicó pues era domingo. El testimonio de Sancho Dávila fue de gran peso para la beatificación de santo Toribio pues conocía bien sus virtudes heroicas. También debió de saber de las querellas del Santo con el marqués de Cañete, don García Hurtado de Mendoza, virrey del Perú, al que llegó a excomulgar. Éste había mandado picar las armas arzobispales del Seminario de Lima, atrevimiento que no podía quedar sin respuesta.  


Tomo estos datos de la obra de Enriqueta Vila, Santos de América, Bilbao 1968.

12 comentarios:

  1. Atrevimiento y valor no le faltaban a Santo Toribio para deicidir excomulgar nada menos que al Mendoza, virrey del Perú.

    Saludos y encantado de verte de vuelta por el blog.

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  2. "Cosa de pastores parece el remedio, recuerdo quizás de esa España en la que la gente era tan aficionada a lanzarse por caminos y veredas a conducir rebaños, buscar aventuras o a reformar el Carmelo."

    Hemos cambiado, y para mal en muchos casos. Saludos cordiales.

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  3. Un hombre que salvo la vida nada más y nada menos que a un Santo, pocos pueden decir esto.Uno de aquellos españoles valerosos que forjaron la gloria de aquella Monarquía universal de los Austrias, uno de aquellos españoles de los que por desgracia ya no quedan y es así que en la actual tesitura nos vemos.

    Un regio saludo.

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  4. Las excomuniones eran relativamente frecuentes por cuestiones jurisdiccionales y fiscales. A su manera estas diferencias, entre lo civil y lo eclesiástico, eran una forma de contrapeso de poderes en el Antiguo Régimen.

    Y yo también me alegro mucho de poder saludarle de nuevo. Y muchas gracias por su comentario, don Eduardo.

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  5. Ya lo creo que hemos cambiado doña Aurora. Pero, con todo, quién sabe si queda un rescoldo por ahí de lo fuimos. España es muchas veces imprevisible.

    Saludos cordiales y gracias por su escrito.

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  6. Es verdad Carolus II. Produce asombro lo uno y lo otro. Era una España apasionante y compleja. Para muchos. ahora, incomprensible.

    Saludos cordiales y muchas gracias.

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  7. Con humildad de servidor salvó a su amo y con fidelidad de paje favoreció su santidad, razones más que suficientes para que de la grandeza y fama de Santo Toribio, algo le tocase a él, lo suficiente, al menos, para tenerlo hoy aquí presente.
    Un saludo cordial y bienvenido.

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  8. Palabras acertadas las suyas, señor de la Terraza. Y justo es recordar a tan buen paje.

    Y también me alegro de volver a leer sus escritos tras esta breve ausencia.

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  9. Y es que ni los santos ni los reyes se libran de los temporales, de las catástrofes, ni de un mal paso. Y ahí está siempre el criado servicial, velando por su señor, olvidado por el paso de los siglos, a la sombra del gran hombre como este Sancho Dávila.

    Saludos

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  10. Hermosa escena de tormenta y barro con la que nos ha transportado al momento y lugar.
    Ojala todos tuvieramos un Sancho Dávila!

    Feliz tarde

    Bisous

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  11. En todos los sitios hay rencillas, como esa que desconocía del virrey Mendoza con el santo. Creo que se lo tenía creído el marqués, pues ya se había cubierto de gloria en Nueva España.
    Saludos.

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  12. El virrey Mendoza, aunque no llegase a la santidad, debía de ser un tipo formidable.

    Saludos don Juan. Y gracias.

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