viernes, 1 de julio de 2011

LA EXPERIENCIA GUERRERA DE BALTASAR GRACIÁN

Fue Baltasar Gracián capellán de soldados. No era cosa extraña entre los jesuitas de aquellos tiempos a los que, por honra a su fundador, siempre les tiraba lo militar. Evaristo Correa Calderón estudió esta vivencia del escritor. Estuvo Gracián en el socorro de Lérida en 1646, en la guerra contra Francia, cuando lo de Cataluña. En noviembre de ese año contaba en una carta lo que había vivido en esos días. Decía: "estuve exhortando los tercios así como entraban a pelear". Los soldados, vistos en peligro de muerte, querían ponerse a bien con Dios: "toda la noche confesé marchando y cuando hacíamos alto; en mi vida trabajé más". Añade: "venian a porfía por mí los maeses de campo y hubo cabo que dijo que importó tanto esto como si les hubieran añadido 4.000 hombres más". No estuvo Gracían bien recogido en la retaguardia sino en lugares de peligro, con gran riesgo de su persona: "por señas que dieron dos balas de artillería en el mismo escuadrón donde yo actualmente estaba entonces y muchas balas de mosquete que pasaban entonces". Los que tiraban eran los del conde de Harcourt. Acabó la jornada y Gracián recorrió el campo confesando y ayudando a bien morir a unos y otros, españoles y franceses. Debió de ser esto más duro que las refriegas y los asaltos. Allí entre lamentos, tristezas, muertos y moribundos. Da cuenta de los cuatrocientos franceses que allí quedaron: "blancos como la nieve, de rubias melenas, entre los cadáveres de los caballos". Dijo, además, el jesuita: "confesé algunos que aún estaban vivos. Otros no querían confesarse que decían ser de la religión, esto es herejes".

10 comentarios:

  1. Curiosa faceta la de Baltasar Gracián. Debía de ser tremendo asistir a los moribundos en los campos de batalla.

    Saludos

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  2. Que buen trozo de la Historia de España nos traes hoy, me ha encantado. En que dilema le pondrían al bueno de Gracián esos soldados franceses.

    Un saludo.

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  3. No imaginaba uno a Gracián allí, en el campo de batalla. Y no deja de mostrar cierto entusiasmo marcial en sus descripciones.

    Saludos doña Carmen y gracias por su comentario.

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  4. Muchas gracias don Eduardo. Y sí, es verdad, pues no conseguir su confesión implicaba la condena eterna. En el texto leído por mí, además, Gracián parece muy escueto en la descripción de los hechos.

    Saludos.

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  5. Y supongo que con tanto trabajo sacramental instaría a la brevedad en las confesiones, haciendo buena su máxima, para que una buena confesión, si breve y concisa, fuere doblemente buena. Sobre la brevedad de la penitencia no me atrevo a decir algo, que contrición muy corta no parece acorde con el propósito de la enmienda y el perdón de las faltas. Como es costumbre en usted la entrada ha sido de primera.
    Me alegra ver que aún está usted por estos lares tan despoblados estos días. Un saludo muy cordial.

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  6. En tiempo de extrema religiosidad como eran aquellos barrocos, la presencia de un hombre de Dios en el campo de batalla no era poca cosa. Era fundamental irse al otro mundo confesado y en paz con Dios. Además, el cura ejercía la función de psicólogo ante aquellos hombres enfrentados a los horrores del Marte.

    Un regio saludo.

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  7. No le envidio su condición. Hombres medio muertos, desfallecidos, debiendo escuchar sus ultimas palabras y a veces, suplicas. Debió de quedar bastante "tocado" el pobre confesor.

    Un saludo cordial.

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  8. Iría allí, en las marchas, confesando a la gente. Para un conocedor de la condición humana como Gracián debio de ser una vivencia decisiva.

    Saludos y muchas gracias por su generoso comentario.

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  9. Ser confesor de soldados era un recio oficio Carolus Rex.

    Saludos.

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  10. Allí donde Dios lo mandase estaba el jesuita Gracián, que no fue especialmente dócil dentro de la Compañía.

    Saludos don Lorenzo.

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